Que nadie se llame a engaños: a pesar de su título, esta película tiene más de parodia que de monster movie cincuentera. La trama es surrealista, los diálogos son de besugos y los personajes son una pandilla de lunáticos que se lo debieron pasar pipa mientras rodaban este auténtico esperpento.
Un grupo de gangsters americanos serán los encargados de sacar de Cuba el oro de unos militares cubanos anti-castristas en los tiempos posteriores a la revolución cubana. Para salir de La Habana, usarán el barco de Renzo Capeto (Anthony Carbone), el jefe de la banda. En la tripulación está infiltrado un espía, Sparks Moran (Robert Towne) quien es el narrador de la historia. Renzo Capeto, cuyo aire a lo Bogart es indiscutible, ideará en colaboración con su novia (Betsy Jones-Moreland ) y sus secuaces (Beach Dickerson y Robert Bean) un plan para quedarse con el oro. La genial idea será fingir la existencia de un monstruo de mar que irá matando a los militares cubanos. Pero lo que nadie se puede imaginar es que el monstruo es real y les seguirá allá a donde vayan, incluída una isla supuestamente desierta en la que, a cada paso que dan, aparecen habitantes de la isla.
Como ya he dicho, la película es absolutamente delirante. En aquella época a Corman le había dado por filmar comedias terroríficas (Un Cubo de Sangre, La Pequeña Tienda de los Horrores) pero en este caso se emocionó de tal manera que acabó haciendo una parodia de lo más alocado sobre las monster movies que proliferaron en la década de los 50. Sólo hay que ver el monstruo para darse cuenta, porque, más que miedo, produce ternura ver a semejante espantajo surgir del mar para darle un abrazo a su víctima y cargársela. La inspiración en la película de 1954 de Jack Arnold The Creature of the Black Lagoon (me niego a usar el título que le dieron en España) es más que evidente a pesar de que el diseño del bicho esté a años luz. Sin embargo, el referente más cercano es la citada La Bestia de la Cueva Maldita con la que comparte concepción y mínimo presupuesto.
Aunque os pueda parecer increible, esta película tiene dos versiones. La primera dura en torno a una hora y fue hecha para su visionado en el cine. La segunda versión, de unos 75 minutos, estaba destinada a la televisión y se le encargó a Monte Hellman rodar el metraje adicional con el mismo reparto.
A modo de conclusión, lo único que puedo deciros es que tenéis que verla. Creo que es una de las parodias más locas y a la vez más inteligentes que he visto nunca. Además, hay que tener mucho sentido del humor para reirse del cine que hace uno mismo tal y como lo hace aquí Roger Corman.