El divorcio entre políticos y ciudadanos es el principal rasgo de la política mundial en el siglo XXI y el asco está detrás de ese drama.
Los políticos ya no causan indignación sino asco y repulsión. Tipos como el español Pedro Sánchez, que gobierna como quiere, sin respeto a las leyes ni a la voluntad popular, producen ganas de vomitar, algo que va más allá de la indignación y el rechazo. Sánchez, al que la gente abuchea en las calles y le desea todo tipo de desgracias, es uno de los más perfectos políticos generadores de asco en el mundo actual.
Es casi imposible encontrar un político en el mundo tan viscoso, falso y repulsivo como el español Sánchez. El único que se le acerca con capacidad de competir es, por desgracia, otro socialista español, José Luis Rodríguez Zapatero.
El asco es una reacción defensiva frente a algo que nos puede causar daño y nació hace milenios como rechazo a aquellos alimentos que nos pueden enfermar y a las enfermedades que nos pueden matar.
El salto del asco a la política se produce por los mismos caminos: defensa frente a tipos miserables y dañinos que nos causan daño y hasta pueden matarnos.
Cuando el cuerpo político se corrompe, se rechaza, como ocurre con los alimentos venenosos. Es lo que está pasando ahora con los poderosos, con los políticos, los banqueros... La gente siente repugnancia moral.
Pero el asco también produce daños físicos. Hay estudios que demuestran que el asco genera enfermedades mentales, estrés extremo y desequilibrios graves. El asco es un sentimiento tan profundo que sólo se tolera por poco tiempo. Si se prolonga toda una legislatura, con el país gobernado por la chusma corrupta, ese asco produce enfermedades y muertes.
El sentimiento del asco es un salto cualitativo con respecto al rechazo indignado. El asco es visceral y fisiológico además de mental. Los malos políticos del pasado producían rechazo, pero no asco. Los de ahora son generadores de vómitos, diarreas y cólicos morales y, a veces, hasta físicos.
La gente de este siglo XXI no está dispuesta a soportar en el poder a mentirosos, estafadores, psicópatas, arrogantes, corruptos y sinvergüenzas, gente que expolia a sus compatriotas, que propicia la corrupción en su entorno y que vive en el lujo, sin merecerlo, con el dinero que roban (legalmente) a sus víctimas, los ciudadanos.
El asco genera deseos irrefrenables de venganza. Los ciudadanos asqueados, impotentes para golpear y expulsar del poder a los delincuentes que gobiernan, los esperan a pie de urna para votar en su contra.
De ahí nacen con fuerza nuevos partidos radicales,, como VOX, que no tienen otro mérito que prometer acabar con el abuso y el mal gobierno de los asquerosos.
A pesar de su dureza, el sentimiento de asco tiene una dimensión positiva: produce una potente reacción a favor de la limpieza y la democracia, muy superior y más positiva que la resignación, que al fin y al cabo es una cobardía y una huida.
Podemos asegurar, sin miedo a equivocarnos, que la única medicina que cura del asco a los políticos delincuentes es la rebeldía y la lucha contra esa plaga indecente.
Francisco Rubiales