Pero, además, es el tipo de escritor costumbrista que se fija en todo aquello que los demás no nos fijamos y que si lo hacemos, nunca seríamos capaces de reproducirlo con esa precisión y comicidad. Porque Ugarte no es sólo irónico [todos los escritores hoy en día lo son, como si eso fuera un billete para la eternidad], sino que es cómico, de una comicidad algo brutal, cierto, que nos llena de regocijo.
Buen ejemplo de ello son los cuentos reunidos en El mundo de las cabezas vacías, un libro con un título muy adecuado para nuestra época actual y que indica la tendencia de su pensamiento algo cínico.
A lo largo de 12 relatos [u once, según se mire], el protagonista narra en primera persona situaciones relacionadas con las parejas, la familia o el trabajo, universo que domina y en donde el autor se siente cómodo. Y lo hace desde una posición de perdedor, de un perdedor algo cutre [es decir, como la mayoría de nosotros]. Así aparecen padres troskistas, madres obsesionadas con el vestir de su hijo u hombres que no saben cambiar una rueda del coche. Y esas situaciones comunes las lleva hasta el extremo para que exploten con requiebros que nos obligan a lanzar carcajadas.
El mundo de las cabezas vacíasPedro UgarteEditorial Páginas de EspumaPágs. 187