El mundo está cambiando, la música está cambiando, las drogas están cambiando, hasta los hombres y las mujeres están cambiando. Dentro de mil años no habrá tíos ni tías, solo gilipollas. Transpotting (D. Boyle, 1996)
El otro día leí este artículo. No tengo la más remota idea de dónde lo saqué. Supongo que llegó a mí, igual que muchos de los que yo escribo llegan a otras personas. Eso es parte de lo que somos, parte de la magia de Internet, que no es magia, sino ciencia y tecnología.
Firmaba en el margen superior un tal Gustavo Tanaka, a quien no tenía el gusto de conocer ni tan siquiera digitalmente, y llegaba a la versión española de El Huffington Post desde Medium, una comunidad inglesa de lectores y escritores destinada a compartir todo tipo de ideas.
Estamos a punto de llegar al límite. La gente que trabaja en grandes empresas no soporta su trabajo. La falta de motivación llama a sus puertas, la sienten en su interior como un grito de desesperación.
Hechas las presentaciones, el artículo planteaba ocho puntos por los que, como algún grupo de esos de ahora que aún suena en mi radio cuando se me escapa Rock FM del dial, nada volverá a ser como antes.
Eran las siguientes: primero, la gente ya no aguanta el modelo laboral actual; segundo, hay más emprendedores; tercero, se colabora más (en el trabajo); cuarto, estamos descubriendo Internet (potencialmente); quinto, el consumismo es cada vez menor; sexto, la alimentación es más sana y orgánica; séptimo, la espiritualidad vuelve a esta presente en nuestras vidas; octavo, han aparecido nuevas tendencias educativas.
Hay mucha gente que ya se ha dado cuenta de que no tiene sentido que cada uno vaya por su lado. Mucha gente ya se ha liberado de la mentalidad de “yo me lo guiso, yo me lo como”.
Para Tanaka, en suma, estos son ocho argumentos que están estructurando un nuevo orden y un cambio en los modos de vida de todos. En la traducción del artículo original, sin embargo, no tardaron en empezar a brotar comentarios sobre la imposibilidad de aplicar estas ideas a nuestra realidad. Lo menos sorprendente, no obstante, era que muchos de los rostros que lo definían como una utopía eran aquellos que parecían más enraizados en el sistema actual y que, muy probablemente, habían desacelerado consciente o inconscientemente antes de tiempo.
Me sentí muy identificado con muchas de las cosas que el tal Tanaka expresaba. Lo cierto es que, en medio de la peor crisis económica de las últimas décadas, la mayoría de mis amigos y conocidos trabajan en cosas que no les gustan, y pese a lo que avanzan por el telediario, esto les preocupa incluso más que lo otro; y muchísimos autónomos descubren que todo es cuestión de dinero —incluso en esa startup tan chula que va a cambiar el mundo—, porque no trabajas para un jefe o para ti, sino para generar riqueza; vamos, una rueda sin principio ni fin.
Internet está acabando con el control de masas. Los grandes medios de comunicación que moldean las noticias basándose en cómo les viene mejor dar el mensaje y qué les viene mejor que leamos ya no son los únicos propietarios de la información. Cada uno puede buscar lo que quiera. Cada uno puede explorar lo que le plazca y contactar con quien le apetezca.
Por supuesto, entre los distintos supuestos, algunos cuestan más de tragar. ¿De veras Internet está acabando con el control de la información? ¿Los gobiernos están, simplemente, poniendo barreras al campo? ¿Es realmente imposible castrar la red con precedentes muy nuestros como la Ley Mordaza?
¿Somos menos consumistas? Lo cierto es que mi experiencia personal me susurra que sí, parece que sí; no solo consumimos menos, sino que lo hacemos de una forma más natural a priori, ¿pero qué dicen los datos de esta utopía que puede estar por llegar? ¿La gente está prescindiendo de McDonald’s?, ¿de primarks y de zaras, de black fridays y de esas (constantes) rebajas de enero que casi empiezan en diciembre? ¿Son estos los últimos coletazos de un modelo caduco o parte indisoluble de nuestras sociedades tal y como las conocemos?
Otros, en cambio, todos los presentimos: colaboramos más, porque la sobreespecialización nos ha traído hasta aquí, pero también porque no somos tan felices sabiendo cuán cerca tenemos siempre el sufrimiento del prójimo; iniciamos un camino por recuperar la filosofía, las humanidades, la espiritualidad, y la readaptamos a nuestra realidad; incluso Google lo hace, pues empezamos a comprender que ser significa en la medida en la que es parte de algo más. Y, por supuesto, no podemos evitar ver la ironía de cómo Internet nos ha cogido a todos algo despistados, pues llegó para conectarnos a todos los niveles y esa era una asignatura que había quedado pendiente durante varias décadas.
¿Por qué existen ciertas reglas? ¿Por qué los alumnos tienen que contemplarlo todo en silencio? ¿Por qué tienen que llevar uniforme? ¿Por qué tienen que hacer exámenes para demostrar si de verdad han aprendido?
Sea como sea, el mundo está cambiando; el mundo siempre está cambiando. Pero lo cierto es que puede ser que hoy, ahora, este año, el mundo esté cambiando más de lo que lo ha hecho nunca. Porque utopía o no, estamos inundados de porqués y contamos con las armas para rectificar y globalizar las decisiones que se tomen a partir de este momento.
Ciertamente, se trata de cuestiones muy peliagudas que, quizá, tienen demasiadas lecturas que digerir en tan poco tiempo, que algunos ni llegarán a ver, otros asentarán las bases y, con suerte, también habrá quien las disfrute plenamente. Quizá no sea la mal llamada dictadura del proletariado que anunciaba el fin del trabajo y la victoria de la tecnología para el marxismo, pero seguro que tampoco se definirá como ese otro esclavismo puramente capitalista que hemos visto crecer a lo largo de más de un siglo.
Quién sabe, por ahora no podemos ver el futuro y, si bien lo cierto es que entre los comentarios había una predisposición negativa, creo que fue Platón quien dijo que, de noche, sobre todo, es hermoso creer en la luz.