Como ha quedado demostrado en casos como el Brexit, el rechazo al acuerdo de paz con la guerrilla colombiana y en la victoria de Trump, los ciudadanos, cada vez que se abren las urnas, votan contra sus dirigentes políticos y sus propuestas porque ya están cansados de soportar sus arrogancias, arbitrariedades, injusticias y privilegios inmerecidos.
El ciudadano ha descubierto que tiene poco que perder con esta lucha y mucho que ganar. Después de soportar impuestos abusivos, un Estado plagado de enchufados y parásitos, injusticia, desigualdad y una dictadura encubierta de políticos que han degradado la democracia hasta extremos intolerables, ha decidido que merece la pena siempre derrocar a los que abusan y construir un mundo mejor.
No todos nos damos cuenta porque la rutina del día a día y el engaño de los medios de comunicación nos nubla la vista, pero nuestro mundo se hunde y cada vez se acerca más el momento de sustituirlo. Sin embargo, a pesar de la ceguera confusa, el instinto ya advierte a millones de ciudadanos que no deben fiarse del poder y que utilicen las urnas o cualquier medio pacífico para castigar a los que están construyendo, desde el poder, un mundo injusto y brutal.
Parafraseando una vieja sentencia de Carlos Marx, podemos decir que "Los ciudadanos del mundo no tienen nada que perder, excepto sus cadenas, pero tienen en cambio un mundo humano que ganar".
Los que gobiernan están siendo duramente atacados por todo el planeta, por los ciudadanos descontentos e indignados, que se sienten tratados como súbditos y como rebaño de reses. En la batalla se utilizan las urnas, pero también las redes sociales y la capacidad de influir que cada uno posee. Las conversaciones críticas contra la clase política cada día son mas frecuentes en los hogares, las reuniones sociales y centros de trabajo. La gente se siente avasallada por sus dirigentes y quiere sacudirse ese miserable liderazgo.
Esa lucha de los ciudadanos contra una forma autoritaria, injusta y nada democrática va a convertirse en la espina dorsal del siglo XXI, que será un siglo de rebeliones y enfrentamientos entre los que mandan y los que obedecen.
La lucha ciudadana, cada día más evidente y masiva, no sólo es contra la clase política, sino que se extiende a los que sirven y sostienen el poder político, que son básicamente los periodistas y los jueces, pero que incluye también a policías y algunos profesionales y empresarios que se lucran del poder corrupto y abusivo.
Las encuestas ya reflejan el rechazo profundo, a veces ya convertido en odio, de los ciudadanos hacia sus políticos. En países como España, los políticos son ya considerados como el mayor problema y la máxima preocupación para los ciudadanos, junto con el desempleo y la crisis económica.
Frente a la rebelión, los políticos, en lugar de reaccionar, se han atrincherado en el Estado y en sus privilegios, negándose a cambiar. No les interesa una democracia auténtica, sino la democracia degradada que ellos han construido, sin controles y sin los contrapesos y cautelas que el sistema tenía originalmente, ideados para que los poderosos no puedan abusar y oprimir.
Esa resistencia arrogante de los políticos a cambiar y a cumplir con los deseos de una ciudadanía que, en democracia, debe ser la "soberana" del sistema, es suicida y si no cede, será la causa de mucho dolor y, probablemente, también de conflictos y sangre.
La regeneración parece imposible porque los políticos se niegan a transformar sus mafiosos y autoritarios partidos políticos y a convertirlos en organizaciones al servicio del ciudadano y de la sociedad. Esos partidos, en su mayoría gravemente enfermos y sin cura, se han habituado a cometer el más sucio pecado contra la democracia y la civilización, que consiste en anteponer sus propios intereses al bien común.
Es ahí donde está la fuente de la corrupción, la injusticia, el abuso y de las muchas calamidades que los políticos impulsan y siembran en una sociedad que está aprendiendo a odiar a sus verdugos.
Francisco Rubiales