El mundo improvisao de Farruquito

Por Rozalén
Hace casi tres décadas, un niño de 5 años cruzaba el escenario del míticoCarnegie Hallde Nueva York y daba sus primeros pasos de baile ante el público norteamericano. Entonces no lo sabía, pero ese chico, 28 años después, habría de volver a poner Manhattan a sus pies.“No tengo ni idea de lo que se verá esta noche en el escenario”. Farruquito se presenta sin engaños y con una honestidad que desgrana poco a poco con sus palabras sosegadas y su mirada penetrante. Busca la expresión adecuada para definir su espectáculo, y toma su tiempo para explicar por qué Improvisao, el show que presentó en Nueva York el 10 y 11 de marzo pasado, es un regreso a las raíces del flamenco.Juan Manuel Fernández Montoya (Sevilla, 1982) reconoce que quería un paréntesis en su vida profesional, y destila humildad para admitir que, con sus 33 años, no ha aprendido aún a bailar flamenco como quisiera y que no ha alcanzado la dimensión deseada en este arte.“Llevo toda la vida preparándome para poder hacer un espectáculo improvisado. Es una libertad muy bonita pero una responsabilidad muy grande”.Foto: Luiz C. Ribeiro
Farruquito se refiere constantemente a la formación flamenca, aquella de la que no se habla, la que no se aprende en un conservatorio pero que el artista considera igual de importante que la clásica e incluso más difícil que ésta.Esa formación, inmensurable, la que “permite a los flamencos descifrar códigos sobre el escenario en tiempo real”, que nace y muere en el mismo instante sobre el escenario, que equivale a una partitura en blanco interpretada junto una composición musical, rítmica y coreográfica perfecta, es de la que Farruquito presume y la que se atreve a representar sobre el escenario del New York City Center.Improvisaono es sólo volver al origen del flamenco mediante la improvisación, sino también hacer una escobilla, una llamada por bulerías y un cante por soleá como se hacía antiguamente, y marcar esa soleá como se tiene que marcar”, explica.En efecto, cuando sube a las tablas, el nieto del famoso bailaor Farruco reivindica su apuesta por la ausencia de orden y estructura en un espectáculo en el que, sin embargo, todo está “acompasado y en su sitio”. Rodeado de un elenco al que define como una hermandad, imprescindible en la base y origen del flamenco, Farruquito arranca primero con una seguiriya, continúa con alegrías y cierra con una sobria soleá.¿Hasta dónde llega la improvisación? ¿Cuántos colores están ya pintados en ese cuadro en blanco que el artista presenta en Nueva York? Algunos desajustes de luces y breves instantes de respiración contenida en los que el elenco se mira a los ojos para intuir por dónde seguirán los pasos confirman que, efectivamente,Improvisao tiene mucho de espontaneidad. Y que, como reconoce el más conocido de la saga de los Montoya, “la improvisación es el mundo y el mundo es improvisao”.Primero, conquistó Manhattan, como cantara Enrique Morente versionando a Leonard Cohen. Es Nueva York la ciudad que le regaló el título de mejor artista del año 2001, en opinión del New York Times. La que consiguió que empezara a firmar autógrafos en España y también la que le cerró las puertas cuando el artista atravesó por la etapa más gris de su vida. Esa de la que Farruquito prefiere no hablar.Entre el público, que durante dos noches colma el City Center, a dos manzanas del Carnegie Hall, una espectadora exclama entusiasmada que se siente “como si le hubieran invitado a una fiesta gitana” y otros reconocen que el bailaor “sabe hacer dos cosas bien, pero las hace como nadie”. En ambos casos se trata de una audiencia ya madura, más especializada, menos propensa a demandar espectáculos coloridos y con muchos artistas sobre el escenario, como anteriormente.“El público ya no aplaude sólo al final del espectáculo o cuando ve un gesto muy técnico, sino ya que disfruta con otros detalles más emocionales, más pequeños, y es capaz de gritarle un olé al cante, que es el padre del flamenco”, destaca Farruquito.Pero el Flamenco, como toda disciplina, evoluciona. La decimotercera edición del Festival de Flamenco de Nueva York, una iniciativa casi artesana y personal ideada y dirigida por Miguel Marín, está dedicada este año a la multiculturalidad del flamenco y su fusión con otras artes musicales.“Fusión siempre ha habido, pero con el flamenco me gusta más hablar de comunión”, señala Marín, que para la edición de este año ha ideado un programa en el que el flamenco se entremezcla con músicas persa, andalusí, israelí, folk, jazz y latin-jazz, entre otras.Marín tiene claro que sólo Nueva York puede acoger una apuesta capaz de mostrar “toda la paleta de colores que hay en el flamenco”, desde el más tradicional de Farruquito hasta actuaciones tan inverosímiles como con la que Jackson Brown y Raúl Rodríguez asombraron al público en la primera actuación de este año, con su espectáculo Son y Song.Para Farruquito, sin embargo, la etiqueta de multiculturalidad en el flamenco puede tener cierto peligro. “Si voy a ver un espectáculo donde el título es ‘flamenco’ y me encuentro que el 80% es contemporáneo, no es que me sienta engañado, pero tengo que saberlo antes”, advierte.Siendo fiel a esos principios tradicionales, prepara ya su próximo espectáculo,Baile Moreno, un doble homenaje a su padre Juan Moreno, también cantaor, y a un tipo de baile desconocido por el gran público, en una composición que se estrenará el próximo septiembre en el teatro de la Maestranza en Sevilla.“El baile moreno es aquel baile auténtico, del que yo he aprendido, que bailan los parias del arte, los flamencos que lo son pero no porque hayan estudiado ni se dediquen profesionalmente a ello”, explica. “Es el cante de una manera de vivir del campo y del caballo, de los gitanos pobres con un arte informal y natural, muy difícil de descifrar, que yo voy a bailar descalzo, desnudo”.El nieto de Farruco esquiva las preguntas de política, alegando que no quiere hablar de lo que no sabe, pero ante una situación de ingobernabilidad en España, Farruquito denuncia que no entiende “la política de la vida tal y como la inculcan desde pequeños”, aunque encuentra una explicación muy al caso: “La improvisación es del mundo, el mundo es improvisado”.
El bailaor, estigmatizado para algunos, venerado por otros, declara no ser de ninguna religión porque no quiere estar contra nadie, pero apela al perdón.“Se trata de tenderle una mano al que se equivoca y comete un error. Y gracias al arte y el flamenco estoy en ese camino, aprendiendo cada día a ser mejor persona y no juzgar a los demás”, concluye.
(Publicado originalmente para la agencia dpa)