El 31 de diciembre de 2007 asistí a la única representación de opereta que cada año programa la Ópera Estatal de Viena y que, ¡cómo no!, es… “El Murciélago” (J. Strauss II-1874), un ritual anual (para los vieneses) como lo es su Concierto de Año Nuevo (para todos los demás), universalmente conocido, aunque sea repetición del que el día anterior tiene lugar. En Viena, la opereta se representa durante toda la temporada en la Ópera Popular y es tanta allí la urbanidad que al entrar no te requieren la presentación de la entrada, convencido el personal de sala que no les vas a engañar (a los españoles se nos reconoce pronto por cierta sensación de clandestinidad y nuestra pasmada cara de incredulidad).
Si el concierto de Año Nuevo es la sublimación de la música festiva, elegante y de optimismo sin igual, “El Murciélago” es la Viena chispeante, disparatada, pícara y señorial. La opereta nace en París (Offenbach) de la “Opéra comique” y luego viaja a Viena (Strauss y Lehar) para refinarse cambiando el can-can por el vals, en un tiempo caracterizado por el triunfo de la Zarzuela en aquella España (Chapí, Bretón, Chueca o Barbieri) tan alejada del cosmopolitismo centro europeo como apegada al casticismo patrio nacional. No es fácil ser objetivo en general y menos aún cuando se opina sobre lo local.
En su concierto de Abono número 11, el Palau de la Música de Valencia nos ofreció el pasado domingo la versión semiescenificada (es un decir) de “El Murciélago”, que el director francés Marc Minkowski y su veterana formación “Les musiciens du Louvre” presenta de gira por España (también en el Liceo de Barcelona, la Maestranza de Sevilla y el Festival Internacional de Música de Canarias) en esta Navidad. La orquesta, que desde 1982 se especializaba en el repertorio barroco y primer clásico con instrumentos originales, ha ido ampliando su catálogo a obras del siglo XIX, una desacostumbrada deriva que solo se puede explicar por razones de índole comercial.
El resultado ha sido espectacular y absolutamente inesperado por mí, ante la infinita distancia que media entre el Bach habitual de Minkowski y este burbujeante Strauss.
– ESCENOGRAFÍA [8,5]: Sin atrezo alguno, pero con la gracia actoral de los intérpretes (moviéndose delante de la orquesta y vestidos como para un recital), no se hizo faltar ninguna ocurrencia de las que hoy nos amenazan detrás de cualquier ejercicio escénico de bochornosa modernidad. Las bromas fueron tónica general, como la traducción al valenciano por algunos cantantes del título (Lo Rat Penat) o la primera vez que se presenta al Principe Orlofsky y se le nombra como Minkowski, el cómplice Director de la velada, cuyas intervenciones explicando una trama que los espectadores no podían seguir por ausencia de subtitulado, acompasaron bien el tono general de comicidad. También a destacar la simpatía en los omnipresentes pasos de baile de los cantantes, cuya responsabilidad no fue de ninguna coreografía profesional sino de su natural gracia personal.
– ORQUESTA Y DIRECCIÓN MUSICAL [9,5]: Superlativas las prestaciones de “Les musiciens du Louvre”, como si de una Orquesta Filarmónica de Viena se tratase por su adecuación de estilo y un sonido empastado que en su compacta sección de cuerdas era imposible de superar (¿Cómo han logrado salir de sus pasiones, oratorios y cantatas con instrumentos de época para tutear a Strauss?). De manera igual a si cada día interpretase este tipo de música, Minkowski se mostró relajado y veraz, convencido y convincente de que, aquel sonido, esa noche no podía tener rival. A diferencia de otras músicas más “serias”, “El Murciélago” propicia la incorporación de añadidos y citas musicales, como fue en este caso unos breves compases del Danubio Azul y las apariciones de “La flauta mágica” (el motivo de la flauta), “Tosca” (el adiós a la vida) o “Rigoletto” (una Donna è mobile mordaz). Incluso Minkowski añadió al comienzo del segundo acto un par de piezas recién sacadas del Concierto de Año Nuevo, que aquel 2007 y en la Musikverein también pude presenciar.
– CORO [7]: Quizás lo único que no estuvo a la altura general (pese a tratarse del Coro de Cámara del Palau de la Música Catalana), un tanto desacompasado y algo triste en la ejecución, aunque sus integrantes parecían disfrutar, paradoja que no sé explicar.
– VOCES SOLISTAS [9]: Los diez solistas (si bien no muy conocidos, todos experimentados en su trayectoria internacional) me llevaron a recordar aquel viaje a Viena, por estilo y por capacidad de unas voces más que acertadas en este tipo de repertorio que pide desparpajo, capacidad y mucha armonía con los demás. Sonaron muy bien gracias a la excepcional acústica del Palau de la Música de Valencia, que permite cantar junto a la orquesta sin que esta les venga a tapar, una asignatura pendiente en el Palau de Les Arts.
En conclusión… no pude disfrutar más.
Aunque la electrizante versión de Kleiber es la mejor instrumental, la inigualable participación de E. Scwarzkopf como Rosalinde y todos los demás (Gedda, Streich, Krebs, Kunz, Christ, etc.) eleva a la grabación de Karajan con la Orquesta y Coros Philarmonia para EMI en 1955 a la categoría de excepcional.