El murmullo de las abejas, la segunda novela de la mexicana Sofía Segovia(Monterrey, 1965), se ha publicado recientemente en España después de tener una excelente acogida en su país. Un éxito comprensible, puesto que relata una gran historia, de las que entretienen, conmueven y animan a seguir pasando páginas sin que uno se dé apenas cuenta. Una gran historia que —también hay que decirlo— no pretende jugar en la liga de la más alta exigencia literaria, pero que se defiende bien en un término intermedio y consigue conectar con los lectores. El hilo conductor se centra en una familia natural de Linares (México), los Morales Cortés, que una madrugada de octubre a principios del siglo XX adopta a un inesperado miembro nuevo: Simonopio, un bebé con labio leporino y el cuerpo cubierto por un manto de abejas, que llegó a su hogar después de que la vieja nana escuchara su llanto… a kilómetros de distancia. Las abejas siguen con él a medida que crece, y los suyos aprenden a verlas con naturalidad, aunque no falta el vecino antipático que mira al niño con suspicacia.
Sofía Segovia
El lector que se adentre en El murmullo de las abejas encontrará una lectura apacible y distendida que recorre las etapas que afronta esta familia con el paso del tiempo. Etapas de cambios pequeños y grandes, de decepciones y alegrías, contadas con la ternura de la voz de Sofía Segovia, que a ratos hace sonreír con sus ocurrencias y a ratos golpea por la dureza de la realidad que se esconde bajo la apariencia mágica dulcificada. Aunque el peculiar Simonopio es sin duda el centro de la novela, la autora ha construido otros personajes consistentes que desarrollan sus propias tramas, como el patriarca Francisco Morales, un hombre honesto que se preocupa por sus trabajadores; Beatriz Cortés, su esposa, una mujer tenaz que no olvida el dolor del pasado; la nana Reja, que recogió a Simonopio y vive, ya anciana, resguardada en su mecedora; o Anselmo Espiricueta, el campesino que ve con malos ojos al protagonista. Su historia, sus historias, tienen el interés y la empatía suficientes para cruzar fronteras.