El Museo de la Inocencia. Orhan Pamuk

Publicado el 20 enero 2010 por Mgm

Un buen amigo, historiador y ex ministro de Cultura para más señas, me sugería que en El Museo de la Inocencia, Pamuk plantea como “moraleja” (sic) “el reconocimiento de ese momento de nuestra vida en que somos más felices”. Creo que quizás tiene algo de razón, pero el asunto se plantea en realidad como un leit motiv, que se instala en la narración desde el capítulo 1: “El momento más feliz de mi vida”, asociado a la pérdida de un pendiente, que Füsun reclama a su amante con la misma frase que repetirá - abriendo enormemente sus ojos- en el número 17: “Por favor tráemelo mañana, no lo olvides…Tiene mucha importancia para mí”. El capítulo se titula: “Ahora mi vida entera está unida a la tuya”, del cual me permito transcribir su parte medular, donde además podemos inferir la razón del título de la novela:
“En realidad nadie sabe que está viviendo el momento más feliz de su vida mientras lo vive. Puede que haya quienes piensen o digan sinceramente (y a menudo) en ciertos momentos de entusiasmo que están viviendo “ahora” ese instante dorado de sus vidas, pero, a pesar de todo, con parte de su alma creen que más adelante vivirán momentos más hermosos y más felices. Porque, especialmente en la juventud, de la misma forma que nadie puede seguir viviendo si piensa en que a partir de ese momento todo va a ir a peor, si uno es tan dichoso como para imaginarse que vive el momento más feliz de su vida, es lo bastante optimista como para pensar que el futuro también será hermoso.
Pero en los días en que sentimos que nuestra vida, como si fuera una novela, ha adquirido por fin su forma definitiva, podemos percibir y seleccionar, como hago yo ahora, cuál ha sido nuestro momento más feliz. Explicar por qué escogemos ese momento concreto de entre todos los que hemos vivido requiere que narremos de nuevo nuestra historia como una novela, por supuesto. Pero también sabemos que en cuanto señalemos el momento más feliz hará mucho que este habrá quedado en el pasado, que no volverá nunca más y que, precisamente por eso, nos producirá dolor. Y lo único que puede hacernos soportable dicho dolor es poseer algún objeto perteneciente a ese instante dorado. Los objetos que nos quedan de los momentos felices guardan con mucha más fidelidad que las personas que nos hicieron vivir esa dicha el placer de su recuerdo, sus colores, sus impresiones táctiles y visuales.”
(El Museo de la Inocencia, pp. 97-98).