En su gran obra Vigilar y castigar (1975), Foucault menciona la existencia de panfletos y papeles sueltos, que contenían narraciones sobre crímenes y confesiones de criminales condenados, género conocido como "discurso del patíbulo" o "últimas palabras de un condenado". Foucault desconfía de la sinceridad de estas confesiones, en realidad cocinadas al margen del reo, a quien se obligaba luego a leerlas como si fueran una declaración espontánea de arrepentimiento.
Estos breves escritos circulaban por las calles, distribuidos a propósito por las autoridades para preparar el terreno ante un inminente suplicio y ejecución de un condenado, hasta mediados del siglo XVIII. Las clases populares los escuchaban con interés, seguramente leídos en voz alta por los pocos que supieran leer. Este material servía como ejemplo de exhortación para una moral popular, preventiva del crimen. Se trata de hacer pública una verdad sonsacada en secreto mediante la tortura, naturalmente. Además de calentar y preparar el ambiente previo a una ejecución pública, se buscaba desprestigiar el mundo de la delincuencia, se buscaba el control ideológico.
No obstante, señala Foucault, llega un momento en que el condenado adquiere cierto prestigio social entre el populacho. Entrada la segunda mitad del siglo XVIII, el delito adquiere un fondo de enfrentamiento social, entre las clases populares y las clases privilegiadas; el delincuente, incluso el de poca monta, es enfrenta a los ricos, a los poderosos, a los de arriba, a la policía, a los recaudadores de impuestos, etc., en fin, contra el poder que oprime a las clases bajas, y representa una lucha épica en la que el populacho puede verse reflejado y se reconoce como víctima también de ese poder. Se está cociendo la Revolución, se teme la revuelta popular aunque se dé a escala menor.
Ocurre entonces que todo lo que el suplicio público quería manifestar, de mensaje y advertencia para el pueblo, sobre el atroz final que espera al delincuente, se transforma en una glorificación social de los criminales, que quedan presentados como ilustres a los ojos de las gentes. Estos materiales eran, pues, un arma de doble filo.
Este cambio en la recepción del acto de suplició y ejecución pública por parte del pueblo llano lleva a los ideólogos del poder político a considerar la necesidad de alejar los castigos de la plaza pública, y a prohibir la distribución de estos materiales ahora casi subversivos.
Foucault apunta que, a cambio de la supresión de este material, aparece un nuevo género, el relato o novela negra, que cumple una función compensatoria beneficiosa para el control social, donde el crimen queda en manos de personas excepcionales, alejadas de la chusma. Seguidamente reproducimos dos fragmentos del final del capítulo 1 de Vigilar y castigar: