En España, el nacionalismo no es un riesgo, sino una realidad concreta que ya actúa como ácido corrosivo y fuente de conflictos. En España ocurre lo mismo que en Europa: cada vez que emerge la crisis y la dificultad, el nacionalismo inclemente y dañino emerge para amenazar con el secesionismo y provocar conflictos que en mas de una ocasión causaron sangre y destrucción. Lo hizo a principios del siglo XX, cuando los catalanes se sintieron amenazados de pobreza por la pérdida de los últimos restos del Imperio colonial español, lo volvió a hacer durante la crisis mundial de los años treinta y lo vuelve a hacer ahora, acudiendo puntual a la llamada del oportunismo y del chantaje.
En España, el nacionalismo ha acudido a su cita terrible con el conflicto y la discordia y lo ha hecho con Cataluña como punta de lanza. La crisis y la escasez ha creado el caldo de cultivo apropiado para que los desalmados presionen y amenacen con un conflicto con el fin de obtener mas poder y dinero. La Historia se repite y Artur Mas, al igual que lo fueron Hítler en Alemania y Musolini en Italia, durante la crisis de los años treinta, es ahora el portador de las banderas nacionalistas del catalanismo en España.
En Europa contemplan el fenómeno catalán como un brote indeseable de nacionalismo surgido de la crisis y tan oportunista y amenazante como los fueron los brotes de Alemania, Italia, Rumanía, Polonia y otros países en los durísimos años de la crisis europea en la tercera década del pasado siglo.
El gobierno español, sin publicidad y sin aspavientos, ha recibido de Europa todo tipo de garantías de apoyo si el conflicto catalán se agrava y fueran necesarias medidas mas radicales, pues no en vano los que creen en la integración como antídoto del nacionalismo violento contemplan a Cataluña como una amenaza y como un brote enfermo que podría contagiar a otras regiones europeas también acosadas por la crisis y la amenaza de pobreza.