"Inventaríamos explicaciones y excusas para que nuestra madre y ella no estuvieran con nosotros. Fingimos que podría haber razones para su ausencia. No queríamos ser el tipo de gente que se olvida fácilmente, la gente que puede salir, sin siquiera decir adiós."
Me puso en la mano este libro una de mis prescriptoras favoritas, eso que ahora con los medios se dice influencer, una de mis libreras. Cuando eso sucede, no suelo plantearme si acertará, y tampoco me molesto en leer la sinopsis antes de comenzar el libro. Por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, El nadador.
Conocemos a Kálmán, un hombre casado y con dos hijos que vive en una Hungría a punto de vivir la revolución fallida de 1956, un momento terrible. Sin embargo la novela no relata eso como cabía esperar. A Kálmán le abandona su mujer, y con este abandono y desolación, comienza su periplo de casa en casa provocado por la situación que le toca vivir, acogidos los tres por lástima, viviendo días cada vez más grises y buscando su refugio de esta vida en nadar.
Podría pensarse, y no sería erróneo, que Bánk escribe una historia de abandono y desolación dividida en doce partes y a varias voces en esta novela. Las voces de los protagonistas, incluida la madre Katalin, y de quienes les acogen, serán los narradores de esta novela triste y hermosa sobre una niñez amputada por una vida errante. Y será sobre todo la voz de Kata la que nos transmita todas estas sensaciones; la hija de Kálmán, sus refugios inventados y su preocupación por su hermano Ista que parece desarraigarse de un mundo sin escuelas en el que será la amabilidad de una de esas improvisadas familias, la que le permita aprender a leer y escribir. Conoceremos a un Kálmán herido que bucea en una foto y nada en lagos, nadar como sobrevivir, nadar como terapia, nadar como forma de respirar... sus hijos descubrirán también esto, sobre todo Ista... y le veremos enfadado, derrotado recibiendo lástima en forma de acogida para una familia hundida que ve pasar los días sin importarles, sin referencias. Sin una escuela que les ayude o enseñe, sus hijos medirán en tiempo en días que no celebran, en tardes que caen, en lugares por los que pasan... en cartas de su madre relatando sus peripecias al pasar una frontera, en su trabajo... porque sí, llegan cartas igual que llegan las historias inventadas sobre ella que parecen llenar los vacíos de estos niños.
Puede parecer que Bánk nos deja un dramón lacrimógeno, pero no es así. Consigue, eso es cierto, interesar al lector desde las primeras páginas, incluso que nos preocupemos por la suerte que correrá esta familia, pero también la convierte en una familia más. No carga tintas en lo dramático y tampoco les llena de virtudes o de noches lacrimógenas, no necesita recurrir a ello para que nos interese la historia. Lo que sí nos hace es conscientes de que no fue algo tan excepcional, de que sigue sin serlo, que hay familias que han pasado por esta situación y que seguirán pasando y hay niños cuya infancia no es una infancia y sus padres... bueno. Pero, sobre todo, lo que más me ha llamado la atención, es que Bánk hace suyo un dicho letra a letra en este libro, y es que, para que algo sea hermoso, no necesita ser bonito.
El nadador es un libro hermoso. Y con esta frase creo que podría resumir mis sensaciones al leer esta novela que no puedo dejar de recomendaros.
Y vosotros, ¿recordáis libros hermosos que no sean particularmente alegres? Ahora estaba escribiendo esto, y me ha venido a la cabeza, Nunca me abandones.
Gracias.