Cuando el tronco cedió a la sierra eléctrica, la mujer del Narciso, situada a pocos pasos, dijo aterrada: “No sabía que los árboles tuvieran nervios como las personas”. El Narciso, que llevaba una pipa en la boca como única indumentaria cuando el roble se desplomaba, se aferraba a aquel ejemplar de arrugada corteza como una leona a su presa. Comentan algunos que mientras trataban de soltarlo del quercus, aún se podía oler el agradable aroma de su pipa. * Finalista en el II Concurso de Microrrelatos Noviembre Forestal