El independentismo, radicalizado y desconocido, está empleando métodos que no son habituales en las sociedades democráticas y que sólo son visibles en dictaduras y estados víctimas de la violencia y la desesperación. Acosar a los que discrean del pensamiento oficial independentista y señalarlos con retratos que se hacen públicos, al mismo tiempo que se incita a las masas a que desobedezcan las leyes y se lances a las calles para protestar y obtener sus reivindicaciones son métodos que la Humanidad sólo ha contemplado hasta ahora en regímenes violentos y descerebrados, como los de la Alemania nazi y la Rusia sacudida por los bolcheviques.
Los métodos de presión y desmoralización del adversario que inventaron o perfeccionaron los bolcheviques y los nazis reaparecen ahora en Cataluña, donde se señalan y acosan a los no independentistas y se empujan a las masas aborregadas para que acosen y amedrenten a los no independentistas y a los que militan en partidos constitucionalistas.
Aunque parezca increíble, en esa Cataluña que hasta ayer era considerada como una de las regiones más prósperas y modernas de Europa, se están empleando métodos de coacción y acoso puramente totalitarios para conseguir que la mitad independentista aplaste a la otra mitad que no lo es y, sin respeto alguno, se imponga el criterio secesionista sobre el todo. Esos métodos implican que agentes de las policías locales y autonómica, funcionarios, maestros, profesionales, empresarios y hasta conserjes y ordenanzas estén siendo sometidos a sondeo para que del poder independentista sepa con quién cuenta a la hora de construir la República Catalana que ellos quieren crear.
Sin embargo, el totalitarismo catalán que hoy explosiona en las calles y en la vida diaria viene fraguándose desde hace muchos años. La educación de los niños, la tergiversación de la historia, el acoso a la lengua castellana, la alteración de la geografía catalana y la marginación y acoso de los no independentistas han sido el preludio, lamentablemente tolerado por los gobiernos españoles, de lo que ahora está sucediendo en Cataluña, donde el nazismo ya no se esconde y el odio se acerca peligrosamente al estallido violento.
La reacción del Estado español contra el "golpe de Estado" independentista catalán se convierte así no sólo en una defensa de la unidad de España, consagrada en la Constitución, y de la democracia como sistema, sino también en una lucha para erradicar la enfermedad totalitaria y el odio, inoculados en la sociedad catalana por políticos sin responsabilidad ni decencia.
Francisco Rubiales