De vez en cuando me dejo caer por el pequeño pueblo alcarreño donde nació mi abuelo, del que heredé el nombre y algunas cosas más. Me gusta identificarme cuando trato con el camarero o con algún cliente del único bar abierto en la villa, con la leve esperanza de que todavía quede por allí alguien que le recuerde. Nunca había tenido mucho éxito, más allá de algunas indefinidas y lejanas referencias genealógicas respecto a alguna familia local.
Sin embargo, el domingo pasado se me acercó un hombre de unos ochenta años que le había conocido directamente, siendo él un chaval y mi abuelo un hombre de mediana edad que se dejaba caer por allí de cuando en cuando, para visitar a algún familiar. “A tu abuelo le llamábamos el Bárbaro”, confiesa. “Por su cercanía y su espontaneidad”, aclara.
Luego, dándole vueltas, concluyo que quizás ese apodo, desconocido por mí hasta unas horas antes, también -o, sobre todo- respondiera a una expresión exclamativa singular que él solía usar ante cualquier hecho que le pareciera de especial mérito: “¡Qué barbaro!” Nunca le he oído a nadie más decirla, aunque en aquella época, por reiterada en su boca, a mí me pareciera de lo más natural.
Charlé durante un buen rato con ese vecino, que, por cierto, compartía apellido con mi abuelo. Tiramos de algún hilo familiar y evocamos aquellas jornadas de los años cincuenta y sesenta en las que entraba conduciendo su taxi de Madrid en el mismo pueblo del que emigró con diecisiete años para ponerse a trabajar vendiendo huevos a domicilio en una ciudad a la que le faltaban todavía tres años para proclamar la República.
El domingo pasado, digo, encontrarme con ese hombre que había conocido a mi abuelo y le recordaba tan bien me lo devolvió súbita y vivísimamente, más de un cuarto de siglo después de que se fuera de este mundo. Dicen que nadie muere del todo mientras todavía quede alguien que piense en él, aunque sea de vez en cuando. Desde mi edad actual, la misma que él tenía aproximadamente cuando yo nací, volví a sentirme, más que nunca, el nieto del Bárbaro.