Claro que pregunté y claro que le conocían, amañador, filibustero de negocios turbios, limpiador de cuentas ajenas y mil historias más, siempre ganaba, era un cabrón felino que siempre caía de pie.
Si ya me entrenaba sin muchas ganas menos lo haría si ya iba a perder. Felisuco tenía fama de no permitir que le jodieran y yo no iba a ser el primero en hacerlo. Me dije a mí mismo que la última ronda por salvar a mi manager, a partir del combate cada uno por su lado. Ya estaba bien de salvarle siempre el culo.
Llegó el combate, griterío en el pabellón, últimos consejos:
—Evita su izquierda, castígale abajo y mueve la cabeza.
—¡Esquiva, esquiva y esquiva!
Gritos por doquier, ambiente de expectación y enfrente mi rival, una pinta extraordinaria de boxeador preparado, bien presentado, dispuesto, la mirada felina, imaginando las hostias que me iba a dar, el pánico que se supera al pensar que tú eres peligroso y que terminarás en el tercero.
Nueve minutos, nada más, pensaba.
Primer asalto de tanteo. Bailar alrededor, segundo algún golpe y en el tercero me arrimó, en cuanto note algo al suelo, rápido, cara de zombie y a otra cosa mariposa. En la esquina más consejos.
—¡Niño machácalo!¡Tú puedes!¡Destrózalo!
Ruido alrededor, conversaciones y gritos. El árbitro que nos avisa. Sueña la campana. Me protejo, me protejo, lejos, fuera de la distancia, su yap que no llega, el mío tampoco. Es rápido como un rayo pero está lejos.
Primer impacto de su izquierda. ¡Menuda mierda! Pienso. Es como si disparara bolitas de algodón. Me arrimó más, otro yap en mi rostro. ¡No aplasta ni un merengue!
Suelto una mano, ligera, larga, sin fuerza, le llega. Algo que le de que pensar. Mierda de boxeador, no tiene fuerza. Otro yap, apenas siento nada. Suenan los últimos segundos del round. Uno menos.
—¡Tírale! ¡Tírale abajo! No te quedes a ver su yap, ¡apártate!
Afirmó con la cabeza, pensando que no tiene nada, que es todo mentira, un campeón de la nada. Podría ganarle. Miró a los primeros asientos y veo a Felisuco, con un puro apagado entre los labios. ¡Qué cabrón! Pienso.
—¡Segundos fuera!
Me acercó, él gira, confiado, no me extraña, sabe que caeré en el tercero. Decido darle un sustillo. Dejo que lance su yap, caricia de algodón, retrocedo intentando que parezca que me ha dañado, otro yap, más algodón y cuando va a lanzar el tercero mi zurda a su cuerpo. Potente, rápida y certera, le veo caer, desplomado.
¡Hostia no! Pienso mientras le veo desplomarse como un fardo. ¡La qué he liado!
Gritos en el pabellón, una algarabía tremenda. El árbitro me indica la esquina neutral, no me muevo, acojonado. A punto de acercarme y ayudar a levantarle. Me dan ganas de dejarme caer al suelo. Desesperación y miedo. Me resisto a las indicaciones del árbitro, así le daré unos segundos más. Se pone de rodillas.
¡Bien creo que no la he jodido del todo! Más gritos en el pabellón. Observo el rostro de Felisuco, me mira con odio africano. A mi rival, el árbitro se dispone a contarle. Me acercó y para la cuenta, algo me grita.
—¡Al rincón neutral!
—¡Joder! ¡Me van a matar! —exclamó sin que casi me entienda debido al protector bucal.
—¡Qué dices, muchacho!
—¡Si no se levanta me masacran!
—¡A ese le puedo contar hasta mil! ¡Está frito!
Ahí va el cabrón del árbitro, mi destino en sus manos. El rival en vez de levantarse se tumba, revolcándose en el suelo. Me dan ganas de ir a por él y levantarle a hostias.
El árbitro para la cuenta. Acabo de ganar el combate más importante de mi vida. Intento escaparme hacia el vestuario, no me lo permiten. Me abraza mi manager y Maxi mi entrenador. El público corea mi nombre. Todo ha terminado.
Imagino las paces con Felisuco, una quimera imposible, espero sus golpes y sus caricias. Sus gorilas no me van a machacar, imagino, y no lo hacen, al menos de momento. Simplemente me felicitan. Entra Felisuco, el puro entre los labios y la sonrisa de caimán en mitad de su rostro.
—Acabas de cambiar de manager —sentencia.
Continuará...