El niño que robó el caballo de Atila, de Iván Repila

Publicado el 05 febrero 2014 por Aramys

¨Una rabia inquieta que te impida parar y te mueva los músculos como si toda tu piel aletease, que sea negra en tu interior y hacia fuera te vaya enrojeciendo, hasta que parezcas un hombre quemado que no encuentra su lugar en el mundo.¨

Repila me lo pone difícil, me llena la cabeza de imágenes crueles y duras, de imágenes oscuras, feroces, desalmadas, me cuenta una historia dura y concentrada y letal como el veneno, me lo envuelve en una inocente historia de dos hermanos… y espera que salga indemne.

No hay lugar para la flaqueza en El niño que robó el caballo de Atila, ni para la debilidad, ni para el desfallecimiento, no para los protagonistas, ni, especialmente, para el lector.

Iván Repila ha escrito una novela espectacular con apenas tres elementos: dos hermanos y un pozo. Grande y Pequeño se han caído a un pozo, eso es lo que sabemos, ni cómo, ni cuándo, ni dónde. A partir de ahí Repila  construye una magnifica historia épica de supervivencia y hermandad, de lealtad, odio y conocimiento, una historia que pone al límite el cuerpo y la mente de estos dos hermanos, su conciencia, su capacidad de conservar la razón.

Con un estilo narrativo potente, seco y desgarrador Repila  nos desgrana los días, las rutinas de los dos hermanos, sus esfuerzos por vivir, por mantenerse lúcidos, cuerdos, por no perder la esperanza, nos cuenta sus reflexiones, sus desvaríos, sus planes. Todo narrado con un aire ensoñado, enrarecido como la atmosfera del pozo, un tono oscuro y onírico.

El niño que robo el caballo de Atila es un libro cruel y absorbente, una historia con multitud de interpretaciones donde cada lector verá en él esbozos, partes, líneas, mensajes, de advertencia, de moralidad, como hacen los cuentos que oralmente pasan de generación en generación. Repila ha llevado un paso más allá, ha dado una vuelta de tuerca a las advertencias de las madres, de las abuelas, ha jugado con el imaginario infantil que todos tenemos dentro, lo ha retorcido, zarandeado, le ha quitado los paisajes soleados, los cantos de los pájaros, la felicidad inherente y lo ha sumido en la oscuridad, lo ha llenado de barro, bichos, noches frías, locura y odio.

¨Mastica una docena de veces la fibra viscosa del gusano y el zumo amargo de sus secreciones le baila por la lengua. Babea como un perro ávido. No sabe a pollo: es mejor que el pollo. Rompe a llorar como el chiquillo que fue.¨

El resultado es una novela de apenas ciento treinta páginas que se te clava como un cuchillo frío y lento, es una sensación incomoda que se apodera de ti despacio, es un nudo en el estómago  cada vez más duro.

Apenas un día después de que me llegara el libro bajé a una cafetería de mi ciudad y me senté, a eso de las nueve de la mañana, con un café y el libro de Repila en una de las  mesas que está más arrinconada y donde no llegan las voces del montón de madres que allí se reúnen a esas horas. Cerca de las 12 leía el brutal final que me dejaba con una sensación de vacío y con cara de haber pasado por una experiencia traumática.

La manera de narrar de Repila  tiene ese poder hipnótico que tanto me gusta, ese poder de abstracción que le pedimos a las buenas historias, que yo le exijo a las historias que tiran de mí y que no quiero que desfallezcan después de las treinta primeras páginas. Tiene el ritmo y la cadencia justas, que hacen que en el pozo todo pase despacio y nítido y fuera de él, el mundo siga girando a una velocidad vertiginosa y cruel…

El niño que robó el caballo de Atila

Iván Repila

Libros del Silencio 2013

130 páginas.