Cuando Adam se enfadaba chillaba, daba portazos, pegaba puñetazos a la pared, rompía y tiraba cosas al suelo.
En el colegio se metía en peleas por sus frecuentes enfados.La madre siempre le explicaba que cuando ella se enfadaba no insultaba, no gritaba ni agredía a nadie, pero a Adam le daba igual los consejos de su madre.Como Adam no sabía controlar sus frecuentes enfados la madre le propuso un juego:_ ¿Hijo podemos jugar al semáforo?
_ ¿Qué juego es ese mamá?_ preguntó Adam viendo la tele en su habitación muy enfadado._ Es un juego que te ayudará a controlar tus emociones _ explicó la madre._ ¡Mmmm! ¡No sé…, creo que será aburrido!_ dedujo Adam. Pero la madre con palabras dulces logró convencerle. Se sentaron en el suelo con unas cartulinas e hicieron varios semáforos. Luego los pegaron en la habitación, en el salón, en la cocina y en el baño. Desde ese momento cuando la madre le decía que ya era hora de parar de jugar a los videojuegos Adam se enfadaba, pero seguidamente leía el semáforo de su habitación que decía:_ ROJO. Para, no explotes de enfadoLuego cuando iba al baño y se había terminado el papel de baño, Adam se enfadaba, pero leía el semáforo que decía:_ AMARILLO. Piensa qué puedes hacer para solucionar lo que pasaTambién cuando entraba en la cocina y encontraba a su madre preparándole una comida que no era su favorita, Adam se enfadaba, pero leía el semáforo que decía:_ VERDE. Actúa sin gritar ni chillar. Con el juego del semáforo cada día Adam iba aprendiendo a controlar sus emociones y recuperando los amigos que había perdido por sus frecuentes enfados.Autora: María Abreu
El que tarda en airarse es grande de entendimiento. Mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad. (Proverbios 14:29)