Esta vez no ha habido suerte. Y lo pongo en cursiva, porque no creo en ese tipo de cosas. La suerte se trabaja. Con esfuerzo, con pasión, con horas y horas de trabajo.
Comprendo que en verano no apetece estudiar, o repasar los conceptos que no han quedado claros a lo largo del año. Y por ende, el suspenso de ambas asignaturas en verano, lo tomo como un fracaso personal. Curioso, me dice el padre, -que está encantado conmigo-, que los profesores de todo el año, echen balones fuera, y tú, que has estado estos meses, lo califiques de fracaso.
Entiendo que, como profesora, no sólo tengo que explicar la lección, sino hacerla comprender. De ahí, que este fracaso no sea tan dramático. Mi alumna ha conseguido asentar las bases de ambas asignaturas. Ha sabido explicarle a su madre la diferencia entre conceptos. Ha sabido corregir sus propios errores cuando tenía los ejercicios que hacer. Ella ha pensado. Ha reflexionado y ha utilizado sus conocimientos.
También es verdad que es una niña muy nerviosa, que no termina de leer las preguntas, y que tiene un poco de miedo a los profesores. Pero no es excusa.
Lo que me fastidia es que los profesores que la conocen desde hace años, no la ayuden. No digo que le den el trabajo hecho, ni que se lo hagan fácil, no es individualizar, sino que alguno -según el padre- ha llegado a la desidia de todo trabajo, y sólo repite la lección como un loro.
Una clase es un grupo homogéneo de alumnos, algunos captan el mensaje y lo hacen estallar en otras áreas, otros tardan un poco más, y otros se quedan en la superficie. Nuestro trabajo como profesores es hacer llegar el concepto y darle utilidad en las otras áreas de aprendizaje. No sólo en matemáticas o sociales, sino en nuestra vida diaria.
Ps. Dejemos que los niños experimenten desde bien pequeños, imaginen y creen. ¿Conocéis los kits de Didongo? Este vídeo os gustará.