Con una bufanda en el cuello que tiempo atrás me había regalado mi abuela, con nada bordado pero con mucho impregnado, la subía y subía intentando que la lana tapase mis oídos y con suerte mis ojos, impidiéndome ver tan lamentable espectáculo. Entre ellos tres y yo, descansaban unos niños con sus padres, mirando perplejos como aquellos desconocidos mayores habían perdido los papeles. Quizás se preguntasen porque no eran castigados. Por un lado esas caras ojipláticas, por el otro, esas llenas de venas.
Con una bufanda en el cuello que tiempo atrás me había regalado mi abuela, con nada bordado pero con mucho impregnado, la subía y subía intentando que la lana tapase mis oídos y con suerte mis ojos, impidiéndome ver tan lamentable espectáculo. Entre ellos tres y yo, descansaban unos niños con sus padres, mirando perplejos como aquellos desconocidos mayores habían perdido los papeles. Quizás se preguntasen porque no eran castigados. Por un lado esas caras ojipláticas, por el otro, esas llenas de venas.