No tengo tele. Bueno, sí tengo tele, la compré justo antes de que me visitara mi hermana, que es amante de algunas series y programas. Pero no tengo la antena conectada. Mucho ruido, muchos gritos, el zapping me resulta enfermizo y ya no aguanto los tonos de voz de según qué gentes televisivas. Eso sí, la conecto a internet y veo mis cositas, a mi ritmo, sin esa sensación de que tienes que comprar esto o aquello, o tener un seguro del hogar porque ¡ SI TE DESPISTAS DE ATRACAN CONTIGO DENTRO! (Esto era lo que llevaba peor, y tengo que seguir soportándolos en la radio). Los titulares que leo todos los días son los de ciencia y astronomía. Pero el resto me va cayendo por redes sociales.
O por teléfono.
El otro día, en horario de trabajo (muy raro en él) me llamó mi padre. Estaba emocionado, le temblaba ligeramente la voz.
"Lo van a sacar, Natalilla, lo van a sacar".
¿Se imaginan de qué les hablo?
Un dictador va a dejar de ocupar un espacio que lo ensalzaba, que le otorgaba honores. Y aunque a estas alturas sea un símbolo, es un símbolo importante: no se puede seguir protegiendo la figura de un asesino. Ya era hora. Casi el mismo tiempo después de lo que duró su dictadura. Y mi padre va a poder ser testigo de ello. En nombre de todos los que no pudieron, con los ojos de miles de víctimas que aún están olvidadas en las cunetas: que se lo lleven.
Porque, aunque yo vivo en un "no mundo" que huye de las estridencias, esto sí sería motivo para poner la antena de la tele y verlo en directo, aunque me temo que no podrá ser. Me conformo con llamar a mi padre cuando se confirmen la exhumación y el traslado y escuchar su voz. Supongo que le diré:
"Ya lo han sacado, papá".