No lo sabía, y por eso cuando escuché que a Bob Dylan le habían dado el Nobel de literatura me quedé tan perplejo como el que más, pensando “¿cómol?, ¿de qué van esos muchachos de la Academia Sueca?, ¿se trata de una especie?” Pero no; era cierto; y una tal Sara Danius, secretaria permanente de la Academia, había salido con esa estrafalaria explicación, o más bien justificación, de que el premio lo habían otorgado a Dylan “por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición musical americana” (estadounidense, quiso ella decir). ¡Amos, anda!
Durante unos minutos estuve comentándolo con mi gente, y nos preguntamos si es que de verdad no había por ahí mejores y más meritorios candidatos que escribían verdadera literatura; o si, en el hipotético caso de que la Academia hubiera tratado de premiar la poesía, si acaso es que no había poetas en el mundo diez veces mejores que Bob. Porque eso de ‘nuevas expresiones poéticas’, o lo de ‘la gran tradición musical americana’… ¡hombre, no me fastidies! ¿Por qué habrían de ocuparse en particular de la tradición musical estadounidense quienes, en Suecia, otorgan premios universales de literatura? En fin…
El caso es que, en casa, llegamos a la apresurada conclusión de que los suecos le hacían la pelota a Estados Unidos… como hace casi todo el mundo, la verdad.
Sin embargo, algo no terminaba de cuadrarme. Si sólo se trataba de hacerl la pelota, para otorgarle el galardón de literatura a un USAmericano podrían haber elegido a cualquiera que al menos fuese escritor de verdad, sin necesidad de violentar el concepto “literatura” ni de hacer el ridículo; por mucho que Dylan sea -puedo estar de acuerdo- un extraordinario cantautor, pero al fin y al cabo uno más de entre los muchos que por el mundo andan; y -sin ir más lejos- nuestro Sabina no tiene nada que envidiarle. Entonces, ¿qué dato me faltaba?
Y de pronto me asaltó una fuerte corazonada: “ese tipo –me dije– es judío, seguro”. Tengo un olfato especial para ellos y sus tejemanejes. Así que consulté la Wikipedia y, voilá, mi presentimiento se vio confirmado al 100%: Bob Dylan es judío de los pies a la cabeza.
¡Así que eso era! Ahora el Nobel encajaba. No había necesidad de otras especulaciones ni de intentar comprender cómo Sara Danius había podido igualar con Homero y Safo al cantautor norteamericano Robert Allen Zimmerman ‘Dylan’. Conociendo su ascendencia, la cosa quedaba clara: le han otorgado el galardón literario como podía haber sido el de medicina, pues su mayor mérito reside en el hecho de ser judío. Y sepámoslo: al menos en Occidente, los hilos los maneja el sionismo, y son ellos quienes dan las órdenes.
Hay una divertida escena en la película Muerte entre las flores, en la que el nuevo jefe de la mafia local, que acaba de “conquistar” la ciudad, le dice al alcalde que enchufe, para cierto puesto de responsabilidad, a dos gemelos idénticos protegidos suyos. Cuando el alcalde intenta objetar que no sólo los gemelos son claramente subnormales, sino que además no puede poner en un sólo cargo a dos personas a la vez, el mafioso le grita: “¡con mi predecesor no discutías las órdenes! Pues bien, ahora soy yo quien las da, de modo que obedece sin rechistar”.
Lo de Dylan me ha recordado mucho a esa escena: la Academia Sueca ha debido de recibir una orden y, por absurda que les haya parecido, la han llevado a cabo. No digo que haya sido como en las películas, una llamada telefónica diciéndoles haced esto y aquello; no. Supongo que esas cosas se hacen con más disimulo; pero se trata de lo mismo: una orden absurda ha sido obedecida.
Y esto, lector, no es sólo una sutil burla a la Academia o a los suecos, sino a Occidente. En cierto modo, es un escupitajo del sionismo a la cara de nuestra sociedad; una forma que tienen de hacer saber al mundo quién da aquí las órdenes. Y luego, para más inri, resulta que el premiado, ese “gran cantautor americano” nacido Rober Allen Zimmerman, ni siquiera se pone al teléfono para hablar con la Academia, ni da una respuesta, ni tiene una palabra de agradecimiento por su inmerecido premio. Cuando esto escribo, aún no se sabe si acudirá a la ceremonia del 10 de diciembre para recoger su galardón. Otro escupitajo a la cara, más zahiriente si cabe. Y tanto si este está en connivencia con el primero, como si no, en el fondo da igual. Dylan puede haber sido un peón inconsciente en el juego semita o haber actuado de motu propio; ni idea; pero el hecho es que ha puesto la guida en la burla.
Y lo mejor de todo esto es que Occidente en bloque se ha tragado esta doble píldora sin rechistar, sin una queja, sin la menor crítica, e incluso de forma inadvertida para la gran masa. Es, cuando menos, curioso comprobar qué poco se ha hablado en la prensa occidental de este “golpe” del sionismo, qué escasos son los artículos comentando la conexión; y es sintomático -aunque no sorprendente- ver qué poca gente tan siquiera se ha dado cuenta de algo, pese a que los judíos actúan sin ningún disimulo. Ahora se cargan el prestigio de los Nobel y dicen, sí, nos asignamos los galardones que nos plazca, ¿y qué?, ¿alguien tiene algo que objetar?
Conste que me gustan las canciones de Bob Dylan y no tengo nada contra él. Probablemente es un cantante genial. ¡Pero si Alfred Nobel levantara la cabeza..!