'El nombre del viento' de Patrick Rothfuss

Publicado el 16 mayo 2010 por Ceci

Les decía el otro día a propósito de El nombre del viento de Patrick Rothfuss que me había convertido en víctima de una cierta y leve esquizofrenia. Tenía, por un lado, la certeza de hallarme ante una novela objetivamente mala y me resistía, por otro, a abandonar su lectura, deseosa de conocer hasta el final el páthos de su sufriente y sufrido héroe, Kvothe. Pues bien, he terminado la entrega inaugural de Las crónicas del regicida y, 832 páginas después, he conseguido tan sólo aumentar el arsenal de argumentos en contra de su calidad. Por lo que se refiere a las idas y venidas de Kvothe, poco es lo que una ha averiguado tras cerrar las cubiertas del libro; nada, de hecho, que no supiera ya en la página 300 o, si me apuran, antes incluso de comenzar a leer.


La historia de El nombre del viento es la manida historia épica y fantástica de un niño de talento singular y extraordinarias capacidades que pierde a su familia de manera trágica y violenta a manos de siniestras fuerzas oscuras y que, tras no pocas peripecias y desgracias varias más, inicia una educación formal -a su manera, pues la Universidad de esta historia es de lo más heterodoxo- y una investigación individual para poder ejecutar su venganza. ¿Les suena de algo? Sí, claro que sí. No hace falta ser demasiado espabilado para distinguir incluso un trasunto de Severus Snape, de Dracus Malfoy y hasta de -¡horror!- Myrtle “la llorona” en esta nueva historia de the boy who lived.

No es, sin embargo, la falta de originalidad el mayor problema de esta historia. El nombre del viento se concibe como la primera de tres entregas dedicadas a las grandes hazañas de Kvothe; una por cada día de narración. Y es cierto que las gestas prometen ser verdaderamente notables, como pueden ver y escuchar en el atractivo vídeo de presentación de la novela, pero no lo es menos que hay que armarse de paciencia para tragarse más de ocho centenares de páginas dedicadas tan sólo a la educación de un joven que todavía no ha hecho nada, por más que las descripciones de las prácticas mágicas en las aulas y fuera de ellas -¿mencioné antes una escuela de magia llamada Hogwarts?- se revistan de cierto cientifismo y neoplatonismo aguado.

El hartazgo va en aumento ante la manía del narrador, el propio Kvothe, de cuestionar la capacidad del lector para entender todo lo que nos está contando y, para colmo, siempre con las mismas palabras: “Si no habéis hecho tal o cual, dudo que podáis entender lo que sentí cuando...” Como si de una fórmula homérica se tratara, se emplean estas palabras lo mismo para referirse a sus años de hambre en la urbe como a lo que supone arrastrarse por una tubería o, no se lo pierdan, compartir una manzana. Así que lo que pretendía, supongo, subrayar lo singular de la existencia de nuestro héroe no hace sino acrecentar en el lector la sensación de que Kvothe es un sabelotodo más insoportable aún de lo que dejan traslucir sus palabras y acciones en la Universidad.

La calidad de su prosa no contribuye precisamente a compensar todo lo anterior. La que acabo de explicitar es tan sólo la más enojosa de sus repeticiones. No le anda demasiado a la zaga la obsesión por adjetivar los silencios. Su prólogo y epílogo reciben, de hecho, el subtítulo de “Un silencio triple”, como si el silencio admitiera ser cuantificado. Me atrevería a decir, incluso, que Rothfuss echó el resto en la página 78, en el incipit propiamente dicho de la historia registrada por Cronista, sabiamente seleccionado por la gente de Random House Mondadori para la contraportada:

“He robado princesas a reyes agónicos. Incendié la ciudad de Trebon. He pasado la noche con Felurian y he despertado vivo y cuerdo. Me expulsaron de la Universidad a una edad a la que a la mayoría todavía no los dejan entrar. He recorrido de noche caminos de los que otros no se atreven a hablar ni siquiera de día. He hablado con dioses, he amado a mujeres y he escrito canciones que hacen llorar a los bardos.

Quizás hayas oído hablar de mí”

El resto, simplemente, no está a la altura. Ni de lejos.

Así que yo en su lugar, me entretendría con J. R. R. Tolkien, C. S. Lewis, John Crowley, Susanna Clarke o incluso J. K. Rowling, antes que con El nombre del viento de Patrick Rothfuss. Y ahora, creo, me despido por un par de semanas.