JOSÉ GREGORIO LINARES
En esta nación el principal parámetro para medir el éxito es la riqueza; por tanto el afán de lucro se transforma en la motivación esencial, sin importar si los métodos empleados para lograr el enriquecimiento perjudica o no a los otros. Se crea así una especie de competencia perversa, donde las personas que triunfan no son aquellas que poseen mayor capacidad y vocación de servicio, sino las que tienen menos escrúpulos. “El crecimiento de un gran negocio es simplemente la supervivencia del más apto -predicaba John Rockefeller-; esto no es una tendencia malsana del mundo de los negocios, sino solamente la expresión de una ley de la naturaleza y una ley de Dios”. Esta concepción es la causante de una serie de políticas públicas que lesionan los intereses de las mayorías.
En consecuencia, éstas son excluidas de la posibilidad de alcanzar un nivel de vida digno. Por ejemplo, millones de estadounidenses han perdido su casa por ejecución hipotecaria. El Servicio de Impuestos sanciona al prestamista fallido impidiéndole durante siete años el acceso a un nuevo crédito. Se le condena a vivir a la intemperie. No hay Misión Vivienda.
En Miami, los pobres no pueden adquirir casa: el precio es exorbitante y los salarios paupérrimos. Están las lujosas mansiones de South Beach y Brickell para ser mostradas en las postales, pero en las barriadas se ven niños descalzos, personas viviendo en automóviles, familias durmiendo en plazas. Los personeros de la oposición que conspiran desde Miami no quieren mirar hacia esos lados donde el “sueño americano” se convierte en pesadilla. Les recuerda el merengue El norte es una quimera.
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