¡Vaya final el de El nudo perenne! Los últimos capítulos del Volumen II se transforman en una frenética búsqueda, con la vida en juego, con el tiempo y quienes lo rodean apremiando al protagonista, con un futuro incierto que resolverá sólo cuando deje de alejarse de su presente y se dedique a observar las señales que le envía el pasado.
Con grandes dosis de datos históricos, este segundo volumen ofrece, sin embargo, más tensión que el primero. El suspense ante posibles giros flota desde el primer capítulo, "una cosa es lo que a usted le dejan ver, y otra lo que es en realidad". Los lectores asistimos al final del argumento con un nudo en la garganta que, afortunadamente, se va soltando conforme se completa el puzle; pues, si ya en la los capítulos se entrelazaban en la trama para que el lector los encajase en el argumento, los diez que componen este volumen nos descubren piezas del anterior, desvelan datos que habían quedado en el aire, curiosamente sin percibirlos, y explican detalles que cobran importancia, como el que todos los capítulos porten el nombre de un personaje. La importancia del individuo como ser real es manifiesta. El nudo perenne relata a la perfección detalles de la guerra en España y en Europa, causas y consecuencias, pero todos están ligados a una persona de carne y hueso, con nombre y apellidos, que actúa de diferente forma durante su vida por las circunstancias. El doble nombre de Olympia es el reflejo del cambio que alguien puede ir experimentando. Somos seres individuales, no una masa disparatada, irreal
Este monólogo interior de Asier da la clave al lector, y a él mismo, para unir el contenido a la estructura.
En esta segunda parte cobra total sentido ese nudo perenne al que alude el título. Asier, todos nosotros, estamos más unidos de lo que creemos a nuestros antepasados, a nuestro destino, y si alguien no es consciente de ello, Jorge García nos ayuda a aprender a buscar, no sólo en el entorno; las referencias intertextuales advierten del valor de la literatura
Y la literatura del autor, tan poética en ocasiones, advierte del valor desmitificado de la realidad. Pocas veces he leído una definición tal real de Cartagena como la que surge del poema de Jorge García a través de los ojos de Fernando, sin que él sea consciente de ello.
La ciudad se transforma por efecto mágico de la lírica, en cada persona que ha albergado, o las personas transformamos los lugares que frecuentamos.
La novela impacta porque retrata lo más duro de una guerra en el final, advirtiendo con ello de la fatalidad y desesperanza que supone el principio; la derrota transporta a una pesadilla en la que continúa el sufrimiento. El diálogo del presente histórico entre Fernando y Olympia se transforma en catáfora del presente novelado. Pasado y futuro se unen para igualarse a la simbiosis realidad-ficción.
Después de leer a Jorge García tenemos la impresión de que debería haber nacido un siglo antes; en esa época en la que los sentimientos y las convicciones eran mucho más intensos. El lenguaje preciso, tanto al plasmar la desolación como el amor, confiere a su narrativa una ligereza casi inusual en la novela histórica.
El amor por las letras, por el arte, surge en alusiones precisas constantes, que relacionan vida y literatura: "los agentes dobles no era algo lúdico que se pudiera encontrar únicamente en las películas de cine negro o en las páginas brillantes de Clancy...".
El pasado oprimido, miedoso, frío aparece no obstante como apasionado, rodeado del lirismo que nace de los sentimientos más primarios. La unión de diversos elementos de repetición, en una misma expresión, como aliteración, políptoton, concatenación, anáfora, paralelismo y anadiplosis, consigue que el amor aparezca como concepto total, universal, capaz de redimir al ser humano.
La fortaleza que atesoran las mujeres es una manifestación de la libertad individual que, paradójicamente, costaba exteriorizar. No sólo Olympia, también Marie, la bruja, Rosanna, Nico, Sofía se abren ante nosotros para marcar la diferencia entre las convenciones sociales y la moral íntima. "Mucha misa y rosario de tarde, pero en verdad, el miedo al infierno se nos esfuma en cuanto nos bajamos las bragas. Anda, sigue bebiendo".
Los hombres también son héroes invisibles que, como Martín, desde su introspección maldita por la soledad, por la pobreza, o Miguel, desde el dolor de la emigración, abandonan sus intereses personales para ayudar a otros más necesitados.
Los personajes poseen una individualidad tan acentuada, que aparecen más reales que algunas personas que nos rodean; se transforman en históricos por sus costumbres, su pensamiento, su identidad. Encontramos a personajes mafiosos, oscuros, a otros que devienen en siniestros con los que, sin embargo, podemos empatizar, porque comprendemos aun sin justificar. Sólo en la masa, en la turba humana, aparece la falta de ética, la brutalidad, cuando el hombre deja de serlo para convertirse en un monstruo sin capacidad de razonar, sea cual sea su color.
Los lugares, tan variados, se observan desde la interiorización, desde el pensamiento; son lugares meditados que se cuelan como otro personaje con la finalidad de ayudar o desamparar a quienes los transitan. La capacidad de observación del autor permite conectar tiempos, lugares y personas hasta que se transforman en un todo. Emerge así el carácter inevitable de grupo que desea para el ser humano.
El nudo perenne es un derroche de originalidad estructural, de fidelidad histórica, de belleza narrativa, de mensajes rotundos.
Al leer esta novela sentimos que algo bueno despierta en nosotros.