En campaña y también en el gobierno, Milei definió a la justicia social como una aberración. Antes Carlos Rosenkrantz había descalificado la idea de Evita de que donde hay una necesidad, existe un derecho.
Estas idioteces no son nuevas, y son del mismo cuño de otras, como la idea de que, desaparecida la obra pública, los vecinos deberían organizarse para resolver los problemas de infraestructura si necesitan asfalto, agua potable o cloacas, o a escala mayor, rutas, hospitales o centrales energéticas.
En un punto habría que agradecerle al Ministro de Cosas su sinceridad brutal, que nos evita entrar en las discusiones bizantinas y gaseosas a las que nos quieren llevar todo el tiempo sobre la transparencia, la corrupción o los presuntos curros que denuncian por todos lados, mientras los perpetran ellos.
Que no haya podido hasta acá -básicamente porque no quiso y porque al contrario las creó- resolver necesidades básicas insatisfechas como el hambre o la pobreza, nos debería dar una pista clara de la trampa: el proyecto político, económico y social de ésta gente es imponer a sangre y fuego la ley de la selva, pero en esta oportunidad con la trampa publicitaria -no hay producto exitoso de mercado que se precie que no venga precedido de una eficaz propaganda- necesaria para convencernos a todos (o a la mayoría) de que estaremos entre los más fuertes, los que podrán sobrevivir en la feroz competencia.
De hecho, el éxito electoral de Milei se basó precisamente en eso: la percepción de millones de argentinos de que los ajustados por la motosierra serían otros, y de que ellos poseían las habilidades necesarias para sobrevivir y prosperar en la selva, y más aun, que esas habilidades eran necesarias porque eran las que requería el mercado.
Cuando Evita decía que donde existe una necesidad -es decir, una demanda insatisfecha de cosas esenciales- nace un derecho, estaba marcando todo un camino para la praxis política en la misma línea de aquello -también de su cosecha- de que el peronismo sería revolucionario, o no sería nada: el derecho a ser satisfecho en las necesidades básicas que nace para todos los que carecían -y carecen- de lo básico le impone a la política la obligación de hacer lo indispensable para hacerlo realidad.
De allí que la tarea de la política (al menos la que se piensa en clave nacional, popular y democrática) es romper con esa lógica, para sacarles a los que más tienen, lo que no están dispuestos a dar. Todo lo demás es puro cuento, como el del mercado que resuelve todas las necesidades.
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