Había muchas miradas puestas en ver que tal le sentaría a la avenida la llegada del primer edificio nuevo en setenta años y el revuelo ya se ha hecho notar. El dilema surge cuando el arquitecto, Rafael de la Hoz, ve que tiene que rellenar un solar en un espacio muy definido, a la altura del número 48, rodeado de unos estilos de otro siglo… ¿Qué hacer? ¿Adaptarse en la medida de lo posible al entorno o construir bajo los nuevos cánones estéticos?
Es obvio que se ha optado por la segunda vía. ¿El resultado? Un espectacular edificio de 13 alturas que alberga 97 viviendas que incorporan la última tecnología y cuyos precios oscilan entre los 500.000 euros y los tres millones de euros, sí, repito, tres millones de euros. El bloque, vanguardista y de diseño, sería un lujo en casi cualquier otro punto de la ciudad, sin embargo, a mí, me chirría sobremanera en plena Gran Vía.
Entiendo que es complicado construir en el Siglo XXI de la misma forma que cuando se comenzó a proyectar esta maravillosa calle pero a mi parecer, creo que se tenía que haber intentado mantener un cierto criterio unificador. Si tras la desaparición de comercios “auténticos” y cafeterías con solera, nuestro único consuelo era mirar esas fachadas cargadas de historia… si con el paso del tiempo también nos roban esa mirada al vuelo de otra época, entonces ¿qué nos quedará?
Me duele sólo de imaginar en un futuro una Gran Vía llena de este tipo de edificios, acristalados y tan poco expresivos en lo afectivo. Menos mal que por suerte (por temas de edad más que nada) creo que es una estampa que no me tocará ver. Insisto, el edificio como tal me parece un gran acierto, no obstante, al integrarlo en la fila con sus veteranos compañeros de clase todas sus virtudes se desmoronan como un castillo de naipes.
Como siempre, ¡me encantaría saber vuestras opiniones!
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