Gracias Horacio: hace unos días me pediste consejo sobre varios libros, sobre esa asequible colección que Anagrama entregará junto a Página 12 (ese periódico que justifica nuestro cambio de impresiones semanal sobre el estado de las cosas), me pediste, a mí, cuyo único doctorado en literatura es el de la calle y el de las empleadas de la biblioteca, hastiadas de que les pida libros de autores extraños y con nombres indescifrables (y de que les jure por mis hijos que no me invento ninguno de esos libros), me pediste, insisto, mi opinión sobre esa colección.Ya sabes que insistí sumamente en que no podías desperdiciar la oportunidad de hacerte, en particular, con uno de esos libros. Que, cada vez que respondí a tu consulta, con sumo gusto, recalqué ese título.Uno a veces duda, entonces. Empieza a hacerse preguntas que empiezan con las palabras y si, preguntas para las que no siempre tiene respuesta. Pues insisto a veces en cosas que a la gente le resultan indiferentes: Marc Almond, Scott Walker, Frank Ocean, Roberto Bolaño. ¿Será Michel Houellebecq otro más a añadir a esa relación que me aisla del mundo?. Así que debo contestar a la pregunta ¿Y si leí Plataforma en cierto momento de tormenta perfecta que lo hizo particularmente disfrutable, de manera que esa lectura está indisociada del momento y, ahora, podría resultarme diferente su lectura?. Por la perspectiva, por las lecturas acumuladas, por la experiencia vital, por lo que sea. Gracias, Horacio: poder constatar que no era nada de eso no tiene precio. Necesitar justo esa ligera patadita al orgullo para disponer de un pretexto para, algunos años después, tomar este libro del privilegiado sitio que ostentaba en el estante (por esos méritos pasados) y volver a leerlo. Asombrarme, sí, asombrarme de que no haya perdido uno solo, ni uno de todos los detalles que me fascinaron su primera vez. Del entusiasmo de los encuentros sexuales, escritos con la obscenidad ilusionante de Houellebecq. De su tenue pátina de romanticismo actualizado a los tiempos que corren. De todas las granadas de mano contra el sistema cuyas espoletas saltan a medida que uno recorre, digo engulle, digo devora, digo disfruta, cada una de esas páginas. Plataforma, cuyo autor sigue siendo justo el gamberro obseceno, inaguantable e irreverente que parece, diez años después, es una de las cinco mejores novelas que he leído. Sólo recuerdo a Bolaño, a Franzen, a Foster Wallace y, en otro nivel, a Cercas, siendo escritores tan ambiciosos sin que su ambición les engulla y los deje en evidencia. El peligro del que te advierto, Horacio, es el mismo que les digo a los que ven The Wire o The Sopranos: acudir a estas obras por primera vez es un elemento adicional de disfrute, podría comparársele algo esta sensación mía, esa media sonrisa cuando recreo cierta escena o cierta frase que me era familiar, pero no llega. Sí, compra ese día el periódico y sí, guarda el libro en un sitio hasta que encuentres el momento propicio. Comprobado: el libro, él solito, ya genera su propio mito, ya genera su circunstancia que lo envuelve y lo empaqueta junto a los recuerdos. Gracias, Horacio: no era el momento en que leí el libro lo que me producía esa sensación tan fascinante; son sus páginas, sus personajes, y su contenido. La jodida novela ésta, que es una maravilla.