Aunque demos por sentado que los éxitos cosechados hasta ahora por el sistema democrático - el menos imperfecto de los existentes, a decir de Churchill - garantizan que se va a quedar con nosotros para siempre, es indudable que los últimos años se ha producido la confluencia de diversos factores que lo están poniendo en serio peligro, al menos como lo hemos conocido hasta ahora. El ocaso de la democracia está escrito, entre otras cosas, desde la experiencia personal de la autora que, casada con un importante político polaco, conoce bien los deterioros democráticos que llevan años padeciendo países como Polonia, Hungría o Estados Unidos.El libro comienza con el recuerdo de la fiesta de bienvenida al nuevo siglo que la autora organizó en su domicilio de Polonia. Según cuenta, asistieron numerosos amigos de diversas tendencias políticas, pero no hubo disputas de esa índole, sino un ambiente de armonía y respeto entre todos los asistentes. Hoy día, muchos de esos antiguos amigos han roto su relación precisamente por el incremento de la polarización ideológica, un fenómeno que lleva también siendo protagonista en de la vida política en nuestro país. Pero esto no solo ocurre en el interior, sino también en las relaciones exteriores entre naciones. Jamás se ha puesto tan en peligro la unidad europea - conseguida después de la terrible experiencia de dos guerras mundiales - como con el Brexit, un suceso absolutamente desgraciado que se le fue de las manos incluso a sus demagogos promotores. Políticos como Boris Johnson apoyaron el no a la Unión Europea calculando que sería imposible que la gente votara salir, pero esperando sacar réditos políticos a corto plazo. Esta es la política que impera hoy en día: orientada al discurso populista y a la demonización del adversario. Casi ningún partido se libra, ni de izquierdas ni de derechas, porque todos han entrado en una espiral de acusaciones y desencuentros de la que es muy difícil salir.Además, esta polarización saca del armario uno de los viejos males de Europa: el nacionalismo. La política emocional que se practica ahora - estimulada por el auge de las redes sociales - apela más al sentimentalismo que a la razón. Los militantes e incluso los ciudadanos empiezan a advertir que, para prosperar, importa más no salir del discurso dominante que ser talentoso en cualquier campo:"(...) los principios de la competencia, incluso cuando fomentan el talento y posibilitan la movilidad ascendente, no responden a las cuestiones más profundas sobre la identidad nacional y personal. No satisfacen el deseo de unidad y armonía. Y sobre todo, tampoco satisfacen el deseo de algunos de pertenecer a una comunidad especial, una comunidad única, una comunidad superior. Este no es solo un problema de Polonia, Hungría, Venezuela o Grecia. Puede ocurrir en algunas de las democracias más antiguas y estables del mundo."Al final El ocaso de la democracia deja en el lector un regusto de pesimismo, como si la balanza de la historia estuviera decantándose de manera inevitable por el lento resquebrajamiento de los sistemas democráticos. Nadie renuncia de manera tajante a la democracia, pero muchos países instalan regímenes que violentan sus procedimientos convirtiéndose en sistemas semiautoritarios que intentan disimular esa realidad de puertas para afuera. Con este panorama, como expresa la misma autora, será muy difícil revertir la degradación institucional, tal y como la advierte el ciudadano, y así no será complicado que siga sucediendo lo impensable: que gente tan peculiar como Trump, Putin o Jonhson acabe gobernando los países más poderosos del mundo, mientras muchos miran hacia China como una especie de tercera vía que vende su exitoso modelo al resto del mundo. Desde luego, el futuro no está escrito, pero en la actualidad hay pocas razones para ser optimistas. La vuelta de la cultura de la política del consenso y la marginalidad del radicalismo parecen hoy realidades lejanas.