Empezaron siendo arrianos y acabaron convertidos al catolicismo, renegando de los judíos a los que hicieron la vida imposible. Ahora sabemos mucho más de los reyes godos, no son tan antipáticos gracias a obras divulgativas como la de Juan Antonio Cebrián y porque ya no nos obligan a aprenderlos de memoria y eso que en la lista oficial había más de los que suponíamos gracias al descubrimiento de unas monedas que parecen acuñadas por monarcas godos en el olvido. Hoy también sabemos que Don Rodrigo no fue el último rey godo sino que hubo otros dos de efímera existencia y de reinado descalabrado.
Pero, sin duda, los últimos treinta años de monarquía visigoda marcan una época turbulenta en la que se compaginaron errores humanos a la hora de gobernar con catástrofes, hambrunas y pestes.
Uno de los reyes que afrontó ese oscuro período fue Witiza, hijo de la reina Cixilo y de Egica, quien le otorgó parte de su territorio, concretamente el gobierno de los suevos (en el Noroeste peninsular) cuando el heredero apenas contaba dieciséis años de edad.
Los líos de faldas perseguían ya al joven como una sombra. Según la Crónica Albeldense, a Witiza no le tembló el pulso cuando, en la corte de Tuy, donde se había instalado, mató al noble Fabila, padre del más tarde célebre Pelayo, al querer apoderarse de su mujer, o bien por celos ante las cortesías que Fabila mostraba hacia la suya.
Aquí empiezan las disensiones. Mientras que la Crónica franca de Moissac nos pinta a un joven de vida licenciosa que contagió sus costumbres a su pueblo, y Alfonso III (si es que este rey intervino en la redacción de la llamada Crónica del Obispo Sebastián) hace un alto en su camino guerrero para ponerlo a caldo por lo mismo, otros, como Masdeu, Mayans, y Saavedra, tres pilares de la erudición historiográfica, lo salvan de la hoguera.
Tal vez un equilibrio entre ambas versiones reflejaría a Witiza tal como fue. En esto, la Crónica Mozárabe, escrita en latín anónimamente por un eclesiástico mozárabe, nos muestra a un monarca, cuando menos, clemente; y, por la cercanía con los hechos que aborda, tiene cierta verosimilitud.
Según esta fuente, Witiza corrigió la obra de mano dura de su padre -un hombre que pasó su reinado sorteando mil conjuras para asesinarle-, amnistió a sus enemigos, restauró las clientelas nobiliarias, compensando a los desterrados, y paralizó las persecuciones contra los judíos, que se habían agudizado tras el XVII Concilio de Toledo, por el que fueron reducidos a la servidumbre y dispersados bajo la acusación de conspiración universal.
Fuente: http://www.historiadeiberiavieja.com/noticia.asp?ref=442