"Las elucubraciones sobre los artificios del lenguaje no tienen nada que ver con la crítica del testimonio.
Para dar nombre a sus actos, a sus creencias y a los diversos aspectos de su vida en sociedad, los hombres no han esperado a verlos convertirse en el objeto de una investigación. Las más de las veces la historia recibe su vocabulario de la materia misma de su estudio. Lo acepta ya gastado y deformado por un uso dilatado; por lo demás, es ambiguo, a menudo desde el principio, como todo sistema de expresión que no ha surgido del esfuerzo rigurosamente concertado de los técnicos. Los documentos, al fin y al cabo, tienden a imponer su nomenclatura.
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Reproducir o calcar la terminología del pasado puede parecer, a primera vista, un procedimiento bastante seguro. Sin embargo, en la aplicación enfrenta múltiples dificultades.
En primer lugar los cambios en las cosas distan mucho de provocar siempre cambios paralelos en sus nombres. Tal es la consecuencia natural del carácter tradicionalista inherente a todo lenguaje, y de la falta de inventiva que padece la mayoría de los hombres.
En otras ocasiones, las condiciones sociales son las que se oponen al establecimiento o a la conservación de un vocabulario uniforme.
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Si el historiador adecuara a esto su propia terminología, a la de su tiempo, no sólo comprometería la inteligibilidad de su discurso, sino que hasta haría imposible una de sus principales tareas: el trabajo de clasificación. Al renunciar a todo esfuerzo de equivalencia, muy a menudo la que resultaría perjudicada sería la realidad misma. El vocabulario de los documentos es un documento valioso, pero imperfecto, por lo tanto sujeto a la crítica. Creer que la nomenclatura de los documentos es suficiente implicaría admitir que éstos (los documentos) nos entregan el análisis ya elaborado.
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La fuerza de los sentimientos rara vez favorece la precisión en el lenguaje. "
Marc Bloch: Apología para la historia o el oficio de historiador