La jarana, la algarabía, los gritos, los aplausos y el orgullo se hacen notar por el ambiente de la localidad de Tordesillas, en Valladolid, mientras curiosos y medios de comunicación contemplan desde la barrera un espectáculo ancestral de este país llamado España.
Con la cabeza bien alta, caminando o en caballo con sus lanzas en alto o usándolas como bastones, esperan a que el toro salga corriendo por la explanada y en cuanto este traspasa un límite establecido todos van tras el animal como si de ello les costara la vida. Una vida que solo uno la acaba perdiendo, el toro.
Como si regresáramos al siglo XVI, mozuelos, ancianos, eso no quiere decir que sean sabios como en tiempos antiguos, mujeres y niños corren, saltan y vitorean al ganador del combate a muerte, nunca mejor dicho. Lo rodean, lo suben a hombros, disfruta del momento. Se convierte en un caballero regresado de la batalla con su premio en la mano, el rabo del toro.
Tras empaparse de la furia de la época medieval, como cual mesa redonda del Rey Arturo, los habitantes de Tordesillas lo celebran a lo grande. Con fastuosos manjares, sin falta de bebida, gritos y cantos en honor del héroe que ha conseguido su más preciado deseo, matar al toro. Todo un honor y orgullo que será recordado, por lo menos, durante un día o dos.
Pero no estamos en 1534 ni tampoco somos nobleza alguna que dejamos por escrito esta fiesta en el libro de la Cofradía del Santísimo Sacramento de Santiago Apóstol de Tordesillas, en el que en la primera referencia sobre el torneo del Toro de la Vega se lee: "tubo sus festexos de toros, con dos toros por la mañana a la Vega y seis por la tarde". Una tradición.
Si alguien ha respondido sí a todas las preguntas, por favor, pasen por el Congreso de los Diputados y hagan una instancia para que se recuperen tradiciones como la Caza de Brujas, retarse en duelo con espada por una dama o por otro tipo de asuntos o el duelo a garrotazos, como bien plasmó el artista Francisco de Goya en un lienzo.
Si estas costumbres regresan hacédmelo saber para sentirme más avergonzado de tradiciones salvajes, que pueden retocarse y modernizarse, y que, en la actualidad, no encajan en la denominada Era de la Tecnología. Como para sentirse orgullosos.