CÉSAR VIDAL
Señalaba yo en mi última entrega cómo el desarrollo del capitalismo había sido, con todos los matices que se deseen, una consecuencia directa de la Reforma del s. XVI y, en medida nada pequeña, un elemento de avance y progreso extraordinario que supo reconocer el mismo Marx aunque no pocos marxistas lo ignoren. Semejante circunstancia explica la dificultad de ciertas naciones para sumarse a ese avance y la forma en que lo hacen todavía en la actualidad a trancas y barrancas. Algo muy similar cabe decir de otro de los grandes aportes del protestantismo: la democracia moderna.
El primer parlamento moderno no fue, como suele pensarse, el inglés a inicios del s. XIII, sino el leonés en 1188. De ese parlamento leonés surgió una Charta Magna leonesa, anterior en varias décadas a la inglesa. Abrió además un camino que sería seguido por las Cortes en Castilla y después por las de los distintos territorios de la Corona de Aragón.
Sin embargo, en España el parlamentarismo quedó detenido - como en Francia o Polonia -mientras que despegaba en Inglaterra- y la razón no fue otra que la Reforma. El primer momento de oro en los inicios de la democracia moderna fue la revolución puritana de mediados del s. XVII. Merece la pena recordar los motivos de la revuelta porque arrojan una enorme luz sobre la democracia real y no supuesta.
Puede leer aquí el artículo completo de este escritor e historiador, de fe evangélica, titulado El origen de la democracia moderna