“El origen del mundo” es una pequeña novela que destaca por su originalidad, ya que su propuesta es muy valiente y arriesgada. Este tipo de literatura, que se caracteriza por el lirismo presente en todas y cada una de las palabras que utiliza, no es la habitual en los estantes de las librerías más comerciales, y por eso me resulta llamativo y fabuloso que Pierre Michon sea un escritor tan conocido y admirado (no tanto en España pero sí, y mucho, en Francia, su país de nacimiento).
El libro llama la atención del lector en un primer momento por lo sugerente que resulta la imagen de cubierta (un atractivo cuerpo de mujer a la que no se le ve el rostro) y por el título, que a mí, personalmente, me evoca el vientre materno. Huelga decir que la edición de Anagrama, como siempre, también en este caso es impecable.
La sensación mientras se recorren las páginas de este libro es la de estar leyendo un poema, aunque se trate de una novela en prosa, porque las frases son delicadas y bellas y aparecen en ellas, de repente, imágenes que evocan varios significados concentrados en un pequeño puñado de palabras. A medida que el texto avanza, esas imágenes son más frecuentes, y mucho más oníricas y evocadoras. A pesar de ese lirismo y esas escenas en ocasiones un poco confusas o veladas, el texto se lee de una forma muy fluida, ya que también posee un ritmo preciso y musical que facilita la lectura.
Me han gustado especialmente las descripciones de las dos mujeres que protagonizan las fantasías del protagonista, un jovencísimo profesor, aún casi niño: la posadera de la pensión donde se aloja y la mujer que regenta el estanco, madre soltera de uno de sus pequeños alumnos, a quien descubre de casualidad y que ya no puede alejar de sus pensamientos. El fragmento que reproduce este encuentro es probablemente el más hermoso de todo el libro: en él, el protagonista admite que nunca le han convencido esas bellezas que se van revelando poco a poco, y que sólo cree en las apariciones, por lo que conocer a la mujer del estanco supone para él un flechazo, un amor a primera vista que le sacude con fuerza y le desarma.
“El origen del mundo” me ha recordado a dos novelas sumamente líricas y bellas e igualmente magistrales: “Butes”, de Pascal Quignard, y “El valle de los avasallados”, de Réjean Ducharme: tienen muchas características en común. Quizá no sean superventas, pero las tres merecen sin duda una lectura y que prestemos también atención a un tipo de literatura diferente y probablemente mucho más enriquecedora que una de esas novelas que se leen para pasar el rato, en las que en vez del cuidado en la calidad literaria prima el único interés por saber quién es al final el asesino... Estos libros representan para mí la literatura y la novela en su estado más puro y, aunque hasta ahora no conocía la escritura de Michon, a partir de la grata experiencia leyendo “El origen del mundo” buscaré sin duda otros títulos suyos más antiguos.