EL ORO MEXICA ¿Hasta dónde llegará el conquistador para conseguirlo?

Publicado el 06 octubre 2020 por Sophiegadget

Tres meses después de la batalla final que destruyó el imperio mexica y México Tenochtitlan, su majestuosa ciudad capital, Cortés tenía dificultades para dormir. Aterradoras pesadillas lo despertaban en pánico. Marina, su compañera, traductora y concubina, tendida desnuda a su lado, trataba de calmarlo con sus caricias, pero él la apartaba bruscamente. Al despertar a causa de sus propios gritos, Cortés se sentaba entonces en la cama, empapado en sudor, apretando su cabeza con las manos, tratando de sacudirse las inquietantes visiones que lo dejaban mareado y con náuseas. Noche tras noche, en cuanto lograba dormirse, las pesadillas volvían a atormentarlo, sembrando un miedo abrasador en su corazón. ¿Cómo pueden aterrorizarme hasta este punto las pesadillas?, se preguntaba. Cuando él, sus soldados y sus aliados nativos se enfrentaban a miles de guerreros mexicas, no sentía miedo. En batalla nunca tuvo tiempo de temer a la muerte. "Morir no es una opción -gritaba a sus hombres-; la única opción es la victoria." Día tras día, Cortés, sus hombres y aliados luchaban como bestias enfurecidas. "El miedo -les decía a sus soldados- puede ser fatal y conduce a la debilidad, y la debilidad sólo traerá la derrota." Pero sus pesadillas le causaban un miedo diferente y avasallador. A pesar de su liderazgo, su astucia y su valor, Cortés no conseguía librarse de las horribles pesadillas. ¡Me volverán loco!, pensaba.

Dejándose caer en la cama, Cortés cerró los ojos e intentó dormir. Marina, una vez más, trató de consolarlo, pero él de nuevo la apartó. Pronto se durmió y, contra su voluntad, incapaz de escapar de ella, volvió a la pesadilla: era la última noche de la última gran batalla que destruiría para siempre el poderoso imperio mexica, y traería la conquista de México Tenochtitlan, en cumplimiento de su destino.

El sitio final para tomar México Tenochtitlan duró ochenta días. La lucha continuó sin cuartel desde ambos bandos. Cientos de sus hombres y miles de sus aliados nativos cayeron en batalla. Decenas de miles de mexicas murieron también. A muchos de sus hombres y aliados heridos los capturaron los mexicas y los sacrificaron de forma salvaje en la cúspide del Templo Mayor. Los gritos de los hombres a los que les arrancaban el corazón se escuchaban más allá del estruendo de la batalla.

Ésa fue la noche de la última batalla, que había sido encarnizada durante todo el día. A pesar de la armadura que llevaba, Cortés tenía graves heridas en los brazos y las piernas, y sus ojos estaban llenos de sangre debido a un corte que tenía en la frente. Sin embargo, seguía luchando, mientras su gran espada de acero de Toledo despachaba a muchos enemigos. Parecía que entre más mexicas caían, más seguían llegando. Sintió el corazón golpeándole el pecho, no por miedo, sino por la alegría que sentía al estar cerca de su objetivo: la conquista de la gran nación mexica, que le traería la gloria, la fama y la riqueza que buscaba desde el momento en que navegó por primera vez a esta tierra desconocida y legendaria.