( IV.14). SIMBOLOGÍA ZOOMÓRFICA.
Diversos textos bíblicos estigmatizaron su simbología en el arte románico lanzándolo sobre Israel (Am. 5,19), devorando a los niños burlones de la calvicie de Eliseo ( 2 Re 2,24), o describiéndolo como animal fatal, colérico y apocalíptico ( Apoc. 13,1s), por lo que el arte medieval lo emplearía como representación del Mal, Cólera y Furia.
Sin embargo, en la cultura celta se le relacionó con los ámbitos espirituales de gran potencia como emblema de drásticas repercusiones para los no iniciados y ponerse una piel de oso equivalía a casarse con un ser sobrehumano, iniciador, mientras que en la griega estuvo vinculado a la diosa Artemisa, autosuficiente y patrona del parto e instructora de las jóvenes atenienses en los misterios de la fecundidad y del nacimiento. En la alquimia, el oso corresponde a las energías afectivas del inconsciente psíquico.
Debido a su ciclo de hibernación en el que desaparece y regresa, es emblema de renacimiento al igual que su aparición en la bóveda celeste en cuyo circuito vinculado a la estrella Polar ofrece orientación geográfica para los viajes humanos y místicos.
Los bestiarios ignoraron todas estas cualidades moralizantes y lo acaban representando, en su mayoría, como animal primitivo de fuerza descontrolada, cruel y directamente vinculado al Demonio (no en vano se generó la leyenda según la cual, el diablo se apareció en forma de oso al obispo Filiberto de Rouen) y símbolo del Mal que debe ser perseguido y cazado por las fuerzas del bien fomentando la representación de escenas costumbristas de su persecución, caza y muerte por cazadores o perros.
O en su captura, sometimiento y adiestramiento junto a juglares y titiriteros, aunque también como símbolo de conversión a través del pan o la miel mística (Proverbios, 24,13), como atributo de algún santo, San Galo.
Sección para "Curiosón" del grupo "Salud y Románico".