En mayor o menor medida, ese acto supuso una revolución en muchos países árabes. En algunos han sido derrocados los gobiernos sátrapas que los gobernaban, en otros esos gobiernos han debido ceder algo para poder mantenerse, y todavía son muchos los gobiernos que mantienen el poder sin que les haya afectado esa primavera.
En diez meses han caído por la presión popular los gobiernos de Túnez, Egipto y, muy recientemente, Yemen. También cayó Gadafi y su gobierno libio, éste por la lamentable intervención de la OTAN. Y algunos como Marruecos se vieron obligados a cambiar –aunque sean cambios poco significativos— su constitución para mantenerse en el poder. Hoy, la lucha popular por derrocar el poder dictatorial sigue en Siria, sin que se adivine cuál será el fin.
Como vemos, nadie hace un año hubiera pensado en todos estos cambios, en algunos casos insuficientes, en otros con resultados inciertos. Y es que es difícil cambiar gobiernos de décadas o instituciones seculares.
Túnez ha celebrado elecciones democráticas, donde ha ganado un partido islámico. Es verdad que dicen que moderado, pero islámico significa que está lejos de ser laico, una de las premisas fundamentales de un país democrático.
Egipto se encuentra con unas elecciones que empiezan mañana, con unos militares que no quieren soltar el poder y con un primer ministro que ya perteneció al gobierno de Mubarak, lo que ha provocado, de nuevo, que la plaza Tarhir sea un clamor por el cambio definitivo.
En Marruecos también ha habido elecciones, donde ha ganado un partido islámico moderado. Sin embargo, la participación ha sido del 45% de los se inscribieron para votar –requisito imprescindible para poder votar—, lo que hace que sólo haya votado el 25% de los posibles electores del país. Un porcentaje que dice mucho del rechazo que han provocado las elecciones, después de la reforma constitucional que hizo el rey para mantenerse en el poder.
Luces y sombras, grises y amarillos. Hoy vemos que muchos países han dado pasos adelante, aunque el futuro sea incierto. En los que se han celebrado elecciones, como en Túnez y Marruecos han ganado los islamistas, y parece que el partido favorito para ganar las inminentes elecciones en Egipto también lo es. Lo que no deja de ser preocupante. Por otro lado, Siria sigue con un futuro incierto, donde la población sigue manifestándose y muriendo a manos de los militares que defienden el régimen de Asad.
Y qué decir de Libia, donde los revolucionarios han demostrado su interés por defender los derechos humanos, asesinando fríamente a Gadafi. Un comienzo que no presagia ningún buen fin.
En fin, una primavera que despertó grandes esperanzas y que hoy se encuentra en una situación desigual. Una primavera que no ha terminado de cuajar y que hoy parece un otoño. Ojalá que no se llegue al invierno, aunque en algunos países ya hace un frío polar.
Salud y República