Anoche fui al teatro, al Gran Teatro de Cáceres. Me costó la entrada 10 euros. Alucinante. Igual que un pollo asado al carbón con ración de patatas en la Mejostilla. Fila 11, butaca 2. Muy poca gente. Me dio lástima que no fuese por la pandemia; y que, probablemente, fuese más de lo mismo. Saludé al maestro y escritor Vicente Rodríguez Lázaro y a su esposa. Charlé antes de que empezase la función con Luis Molina, el productor teatral de La Almena Producciones. Vi a Inés, una antigua alumna, sola, filas más adelante. Levanté mi mano y me correspondió. Por el pasillo pasó el editor David Matías, que también fue alumno, y me dijo que sabía que iba a verme allí. Sabría de mi devoción por el actor José Vicente Moirón, a quien él, en cierto modo, editó cuando publicó la versión de Miguel Murillo del Edipo Rey de Sófocles dirigida por Denis Rafter para Teatro del Noctámbulo con la interpretación de un Moirón que consiguió nominación en los Premios Max. Fui a ver El otro, de Miguel de Unamuno, montado por El Desván Producciones y dirigido por Mauricio García Lozano. El texto está adaptado por Alberto Conejero. Alguna vez me he referido a la aversión de Unamuno por los «déspotas categóricos» del tiempo y el espacio en sus nivolas. Se nota también en su teatro, en el que prácticamente toda la carga se pone en el diálogo —como dijo Víctor Goti en Niebla—, que la «cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada». Quizá explique que si hay alguna acotación es referida a la actitud del personaje cuando habla. Y quizá sea la clave de un montaje teatral en el que todo se pone en la interpretación y en la dicción de los actores. Anoche, salvo una iluminación que ayudó a magnificar sombras y redoblar el gesto de quien expresaba un texto inquietante sobre el otro, sobre la otra identidad, todo el acento se puso en los actores, entre los que destaco —cómo no— a José Vicente Moirón, y también a sus mujeres Laura (Carolina Lapausa) y Damiana (Silvia Marty), que sostienen con más que solvencia la fuerza del actor principal, tan otro. Por eso, anoche, el espectáculo estuvo en la interpretación de unas actrices inconmensurables y de un actor espléndido. Nada más y nada menos. Qué buen montaje, casi en sesión privada.
Anoche fui al teatro, al Gran Teatro de Cáceres. Me costó la entrada 10 euros. Alucinante. Igual que un pollo asado al carbón con ración de patatas en la Mejostilla. Fila 11, butaca 2. Muy poca gente. Me dio lástima que no fuese por la pandemia; y que, probablemente, fuese más de lo mismo. Saludé al maestro y escritor Vicente Rodríguez Lázaro y a su esposa. Charlé antes de que empezase la función con Luis Molina, el productor teatral de La Almena Producciones. Vi a Inés, una antigua alumna, sola, filas más adelante. Levanté mi mano y me correspondió. Por el pasillo pasó el editor David Matías, que también fue alumno, y me dijo que sabía que iba a verme allí. Sabría de mi devoción por el actor José Vicente Moirón, a quien él, en cierto modo, editó cuando publicó la versión de Miguel Murillo del Edipo Rey de Sófocles dirigida por Denis Rafter para Teatro del Noctámbulo con la interpretación de un Moirón que consiguió nominación en los Premios Max. Fui a ver El otro, de Miguel de Unamuno, montado por El Desván Producciones y dirigido por Mauricio García Lozano. El texto está adaptado por Alberto Conejero. Alguna vez me he referido a la aversión de Unamuno por los «déspotas categóricos» del tiempo y el espacio en sus nivolas. Se nota también en su teatro, en el que prácticamente toda la carga se pone en el diálogo —como dijo Víctor Goti en Niebla—, que la «cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada». Quizá explique que si hay alguna acotación es referida a la actitud del personaje cuando habla. Y quizá sea la clave de un montaje teatral en el que todo se pone en la interpretación y en la dicción de los actores. Anoche, salvo una iluminación que ayudó a magnificar sombras y redoblar el gesto de quien expresaba un texto inquietante sobre el otro, sobre la otra identidad, todo el acento se puso en los actores, entre los que destaco —cómo no— a José Vicente Moirón, y también a sus mujeres Laura (Carolina Lapausa) y Damiana (Silvia Marty), que sostienen con más que solvencia la fuerza del actor principal, tan otro. Por eso, anoche, el espectáculo estuvo en la interpretación de unas actrices inconmensurables y de un actor espléndido. Nada más y nada menos. Qué buen montaje, casi en sesión privada.