Al menos en Internet, cuesta encontrar información biográfica sobre este promotor del golpe militar que instauró la dictadura de Augusto Pinochet en nuestro país vecino. Escasean las referencias biográficas, y son todavía más atípicas aquéllas neutras o en principio libres de ideología: de hecho, es una rareza la breve mención aséptica en esta suerte de newsletter que La Prensa Austral distribuyó en agosto de 2009.
Tampoco abundan las fotos. Apenas lo distinguimos en esta primera parte del documental Santiago ensangrentada que el periodista Román Lejtman ideó, escribió y produjo en 2003 para Página/12 (“este paro va a durar hasta que triunfemos; si eso significa la caída de Allende, será mejor y será para felicidad de Chile”, sostiene Vilarín ante un movilero de televisión). Si prestamos atención, podemos reconocerlo en al menos dos documentos Word disponibles en Todo por Chile, sitio web que exige “libertad a los presos políticos de las Fuerzas Armadas y del orden (…) mientras los terroristas andan por ahí libres y en total impunidad”.
A partir de la transcripción de declaraciones del “dirigente de los transportistas y líder de la dirigencia gremial” y de funcionarios del gobierno allendista, ambos informes proponen una cronología de los sucesos políticos de octubre de 1972 (en el primero) y de noviembre del mismo año (en el segundo) en el país trasandino. Vale la pena repasar los extractos porque dan cuenta de la generación de un clima desestabilizador y destituyente, que los autores de estos documentos explotan para elaborar conclusiones como “las represalias (contra quienes adhirieron a la secuencia de protestas gremiales) constituyeron la afirmación más contundente de que no había tolerancia para los opositores. Sólo tendrían cabida los que apoyaban la revolución en la versión de la Unidad Popular y su visión marxista. La guerra civil parecía quedar sin alternativa” (ver última página del informe de noviembre ’72).
En su libro Las dos caras del golpe, el periodista Alfredo Barra ubica en el 25 de julio de 1973 la consolidación de “un nuevo líder que llevó a la Confederación de Sindicatos de Dueños de Camiones de Chile a decretar un paro nacional indefinido del transporte terrestre para inmovilizar al país. Este líder fue León Vilarín Marín, un transportista que si bien al principio también cayó en el embrujo socialista, a esas alturas se sentía más representado por el inconformismo ciudadano. Su afán esta vez era complicarle de tal manera la existencia a Allende que, asediado por todos los flancos, no le quedara otra salida que renunciar a la Presidencia” (página 14).
En cambio, en el artículo El paro que coronó el fin o la rebelión de los patrones, Susana Rojas se concentra en la “huelga de los transportistas” del 9 de octubre de 1972, y define a Vilarín como “uno de los dirigentes del grupo paramilitar de ultraderecha Patria y Libertad”. El presidente de la “Confederación Nacional del Transporte, (que) reunía a 165 sindicatos de camioneros, con 40 mil miembros y 56 mil vehículos, decretó un paro indefinido de actividades que comenzó a cumplirse con rigurosidad militar”.
“Tal y como consta en los documentos desclasificados sobre la acción de la CIA en Chile -prosigue esta otra periodista chilena- de los ocho millones de dólares que la agencia norteamericana destinó a la campaña de oposición al gobierno de Allende, más de dos financiaron el paro de los patrones, como se le denominó a la acción golpista de los transportistas. En opinión de quienes vivieron el hecho, la huelga de camioneros fue el detonante final”.
En su trabajo Chile 1972-1973: Revolución y contrarrevolución, el académico británico Mike González coincide con Rojas en presentar a Vilarín como abogado afín a la “extrema derecha chilena”. En el segundo pie de página de su escrito especifica la condición de miembro “de una pequeña organización de extrema derecha llamada Patria y Libertad que tenía fuertes simpatías por los teóricos del fascismo, y que estaría envuelta en el asesinato del General Schneider a finales de la década del 70 —el General era simpatizante de Allende— y en una serie de incidentes violentos. Desde octubre de 1972 participó activamente en la preparación del golpe militar, y sus líderes Pablo Gonzáles y Roberto Thieme se convirtieron en defensores del régimen militar. Irónicamente, más tarde ambos dos se volvieron contra Pinochet”.
[Dicho sea de paso, Wikipedia le dedica esta página a la agrupación Patria y Libertad. No aparece mencionado Vilarín... ni Pillarín.]
González señala algo en parte atendible desde la actualidad argentina: “La huelga no era simplemente el producto de una pequeña conspiración. Era un movimiento clave dentro de una estrategia donde los camioneros cumplirían el papel de fuerza de choque, para una clase decidida a reasumir el control sobre el Estado chileno, que sentía haber perdido”.
El 14 de agosto de 1999, el diario El Mercurio publicó (aquí) una carta-despedida a Vilarín Marín, que “dejó de existir hace algunos días y (de quien) muy poco se ha dicho en cuanto a la gran contribución que hizo a la historia de nuestro país”. El autor del homenaje se llama Juan Carlos Délano Ortúzar, que se desempeñó como ministro de Economía, Fomento y Turismo de Chile entre 1985 y 1987, es decir, hacia fines de la dictadura pinochetista.
Por el bien de la democracia argentina, ojalá nuestro líder camionero Hugo Moyano sepa distinguirse de su fallecido colega trasandino. Ojalá nunca aspire a tributos póstumos como aquél publicado en El Mercurio.