Empecé este libro sin tener saber lo que me iba a encontrar, sin ningún tipo de expectativa, en plan “a ver de qué va”. Y voy leyendo y leyendo y me parece que esta historia, contada en primera persona no puede ser ficción, así que vuelvo la tapa del libro y, en efecto, es una biografía que abarca un pequeña etapa de la vida del autor, concretamente habla de su viaje a Nueva York con su familia.
Eva, su mujer ha conseguido un puesto de profesora en un colegio; Samuel su hijo de 6 años no parece amedrentarse ante la idea de vivir en un sitio donde no tiene amigos ni conoce el idioma; y él va a intentar escribir una segunda novela después de la inminente publicación de la primera. Y resulta que esta se convirtió en la segunda. Cada uno tendrá que lidiar con nuevos obstáculos tanto personales como profesionales, y conocerán a una serie de personas que tienen mucha similitud con los estereotipos de las películas americanas, pero que evidentemente existen en la realidad.
El objetivo último de este cambio de aires parece ser empezar de nuevo; como si por vivir en el otro lado del mundo, las personas también diéramos un giro de 180 grados. En España las cosas no iban a pedir de boca. Pero creo que, ante un gran cambio, las personas exprimimos nuestros rasgos más característicos, que afloran de manera incontrolada, para bien o para mal.
Y simplemente el autor nos lleva por una serie de anécdotas, no muy relacionadas y aparentemente sin importancia, que en realidad son el día a día pero que están mezcladas con la excentricidad y las profundas diferencias de la vida allí. Él no toma partido, sino que simplemente nos cuenta las cosas que ha vivido. Además algunas veces contrasta aludiendo a capítulos de la vida de su padre y su suegro durante la mili y la posguerra, a personas que ha conocido durante otros viajes, etc.
Son capítulos de 2 ó 3 páginas que vas pasando sin que te des cuenta, hasta que de repente se te acaba el libro y te queda la sensación de haber leído algo excepcional que quieres compartir. Ya no sólo recomendar su lectura, sino de comentar con alguien algunas anécdotas que el autor nos presenta, de esas “que sólo pueden pasar en Estados Unidos”. He visto en otras reseñas que dudan de si Hilario J. Rodríguez, como personaje del libro, es el propio autor, y he de decir que yo ni me lo he planteado: di por hecho desde el principio que es así, porque me parece imposible que alguien pueda inventar estas historias del día a día con tanta -y aparente- sencillez.
PD: El libro lo sujetó mi abuela mientras sacábamos la foto, y os comunico que es asidua lectora de este blog