El sol dolía allá en lo alto. Podría decir que a mis veinte y pocos años
soportaba bien las elevadas temperaturas que los implacables rayos del
sol nos regalaban en esa época del año, pero llevaba horas de trabajo
agachado, mirando al suelo, viendo avanzar lentamente la labor. El surco
que dejaba el arado levantaba una nube de polvo que me envolvía. Las
gotas de sudor atravesaban la capa terrosa adherida a mi piel. Era duro
el trabajo del campo; no obstante, se compensaba con la esperanza del
jornal al final de semana y la satisfacción de ver crecer el fruto de la
cosecha.
Había pasado el tiempo. Hoy, este pensamiento me asaltó con pesar por un
instante mientras me acomodaba en la toalla mirando al mar, protegido
del sol por la sombrilla y la crema solar.
Texto: Javier Velasco Eguizábal