Las historias familiar, personal y chilena se articulan de manera siniestra y dolorosa en El pacto de Adriana, documental de Lissette Orozco que compite en la categoría Derechos Humanos del 19º BAFICI. La mujer nombrada en el título del film es la tía predilecta de la realizadora, además de ex agente –y presunta torturadora al servicio– de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) durante la dictadura de Augusto Pinochet. La búsqueda de la verdad es el principal motor de un largometraje que, sostuvo la joven directora en la función del viernes pasado, apunta a despertar la conciencia social de las nuevas generaciones.
Los pactos de silencio en las familias constituyen el puntapié inicial del arduo trabajo de investigación que Orozco comenzó con la secreta esperanza de probar la falsedad de las acusaciones judiciales y mediáticas que pesan sobre Adriana Rivas. La documentalista mete el dedo en una llaga que se extiende más allá del ámbito privado; con lucidez y coraje se abre paso por terreno desconocido, pantanoso, que anula toda posibilidad de marcha atrás.
La columna vertebral del film son los diálogos que Lissette mantiene en persona, por teléfono, vía Skype con su tía Chani, desde 2007 prófuga (o refugiada según su punto de vista) en Australia. El resto de la estructura está conformada por entrevistas a otros miembros de la familia, a ex colegas de Rivas en la DINA, al testigo clave Jorgelino El Mocito Vergara, al periodista Javier Rebolledo, a un abogado y a un psicólogo especialistas en crímenes de lesa humanidad. La realizadora intercala además registros de distintas manifestaciones públicas: dos homenajes a Pinochet –y al Generalísimo Francisco Franco en una ocasión–, un recordatorio en honor a las víctimas del Estado terrorista, varios escraches o funas a represores impunes.
Orozco incluye en la crónica de su investigación secuencias que dan cuenta, por un lado, de la amnesia transitoria que ella misma padeció como consecuencia de un accidente y, por otro lado, del Alzheimer que poco a poco despersonaliza a su abuela (y madre de Rivas). De esta manera, la directora ilustra la relación entre memoria y salud mental, extensible a los países.
Impacta la crudeza con la que Lissette se filma a sí misma mientras escucha a su querida y por momentos inasible Chani. Provoca absoluta empatía ese rostro marcado por la sospecha de que su tía no sólo le miente, también busca manipularla y usarla.