Alicante envenenada
ConvertirAlicante en la Poisonville de Dashiell Hammett no es nada fácil, ni lostiempos, ni las latitudes ni los narradores son los mismos, y ya no se trata dejuzgar si los dos primeros son mejores o peores en esta novela, sino de valorarque el tercero, el narrador, no desmerecería en nada frente al americano, es más,en muchos pasajes de esta obra incluso llega a superarle. Y sí, no son palabrasmayores sino realidades, porque el ritmo frenético impuesto en estas páginas, yel ojo, más que agudo, capaz de identificar hasta el último excremento de moscade la ciudad de la luz, hacen que la labor de Claudio Cerdán roce labrillantez.
Tomar ellumpen como protagonista es algo arriesgado, siempre se puede encanallar laprosa más de la cuenta, o se puede sucumbir ante el dominio de los instintos,pero este joven yeclano consigue que las andanzas del Tuerto Durán no se quedensólo en eso, en meras andanzas de un candidato a despojo social, sino que setransformen en la odisea de un héroe clandestino, tan baqueteado como suhomólogo, en un Mediterráneo ultramoderno en el que los dioses son ahoramafiosos vengativos, rusos locos y borrachos, jóvenes efebos sudamericanos,pijos que trafican para combatir el aburrimiento, y otro ex convicto,Magallanes, a quien El Tuerto privó de ciertos atributos en presidio, y queahora también ha sido liberado para buscar su venganza.
Personajescomo Farlopero López van más allá del mero papel de escudero, el Chino, Marga,el infame Garrigós, el policía corrupto Mierda de Perro, Aurora, el pederastaGodoy, Carroña, el médico poseído por el ácido, o la enorme ‘mula’ llamada ElBellota, conforman el universo de esta novela, un mundo al que no cuestaentrar, aunque a veces nos provoque náuseas y risas a partes casi iguales. Unmundo en el que no desentonamos porque vamos de la mano de su autor, porqueClaudio Cerdán nos lleva al lado para que podamos sobrevivir en él.
Pero eso sí,es un mundo en el que aún predominan ciertos valores, en muchos aspectos, ElTuerto Durán acumula más integridad que otros convictos encorbatados que aún nohan pisado una celda, y tal vez sea ese código de honor el que le permitesobrevivir, aunque sea a costa de ir caminando siempre por el filo de variasnavajas, baldeos o pinchos carcelarios. Siempre habrá alguien que quieramatarle, pero también alguien que tenga que darle las gracias.‘El país de los ciegos’. Claudio Cerdán.Editorial: Ilarión. Madrid, 2011. 305 páginas.(LA VERDAD, "ABABOL", 8/10/2011)