El palacio de la luna

Por Francescbon @francescbon
Armado hasta los dientes: esa expresión siempre le recordaba la misma imagen. A un tipo con cara de desquiciado y ojos de enajenado (o sea, a juego) agarrando un machete entre los dientes. No, mejor uno de esos cuchillos que van en los kits de supervivencia, esos que por una parte tienen dientes como de sierra, con la finalidad de ser capaces de ser usados como tales, pero, si has visto el suficiente número de cine con actos violentos te imaginas que en realidad eso es para desgarrar la carne del enemigo (esos cuchillos sólo tienen sentido cuando hay enemigos) al entrar o al salir, o al entrar y salir por segunda vez. Esos cuchillos no se quedan clavados: se limpia uno la sangre contra el pantalón (suele ser tejano: el tejano es muy práctico si vas a dedicarte al tema criminal).Te lo imaginas y casi oyes ese ruidito desasosegante que sugiere tendones cortándose, raspadura en los huesos, la punta que casi se astilla, y algo que ya no vuelve a ser igual. Para alguien, seguro.Pero no esperaba a nadie que fuera una amenaza. Esperaba simplemente porque ciertas personas no tienen otra cosa que hacer que esperar. Entonces, eso es una opción. No la mejor, pero lo es. Aburrirse es otra, y hay cierto aburrimiento con sentido: el que adormece y permite descansar. Pero esperar: apretó el bate de béisbol contra la pared, buscó un hueco donde apoyarlo para probar si podría generar una especie de escenario de equilibrio precario, cimbreándose y teniendo cuidado de no hacer ruido ni caer al suelo. Luego destensó los músculos. Miró hacia el fondo de la calle. Estaba anocheciendo y parecía que iba a llover.Pensó que ya empezaría a atracar a la gente otro día. Tenía, otra vez, algo de hambre.