Una de autocrítica. La UE, que se ha convertido en el gran hermano de los dineros y de las mentirijillas europeas, dice que hay que controlar los precios de los alimentos. A buenas horas, tomates fritos verdes. Con la subida del Iva, van ya cuarenta y tres redondeos y cuatro vueltas a la redonda desde que implantaron el entrañable leuro. Una señora apalacanda en un banco de la plaza Mina farfulla, con perdón, que toda la culpa la tiene el euro. Aro, aro. Y las personas que no sueltan los euros, y los malandrines que ajustaron las cuentas al olvido, y los bancos, los otros, que limpiaron conciencias y parnés morenos, y el audaz industrial del ramo de la esquina, que se cree que somos tontos. Viajemos con la imaginación, y un billete de retorno, a la encantadora y patrimonial Ronda. Allí se han estancado los precios, y eso que reciben turistas extranjeros de verdad, con alto poder adquisitivo y zapatos buenos en lugar de chanclas. Allí no han comprimido las tapas, ni aplican aún, salvo excepciones, el impuesto revolucionario enmascarado en forma de "pan y picos". Ahí descansa la subida del Iva, en el pan y los picos que algunos establecimientos de hostelería la mar de despiertos endiñan a su desnortada pero suficientemente cabreada clientela. Los precios se congelan, como los pensionistas, como los sueldos, pero las tapas adoptan nuevas hechuras, pasamos de las cuatro a las dos albóndigas, la media ración suspira por un pasado mejorcito de lo suyo, hasta el camarero da menos vueltas para gastar menos. En Ronda hay bares, qué lugares, donde comes por un puñado de euros y sales sin puñalás clavás en la espalda. En Cádiz también, pero menos. Hasta las pizzerías de postín, donde daba gusto dar buena cuenta de una pieza con gusto tropìcal y ambiente de fiestas remotas, el perímetro de las susodichas se han reducido de forma misteriosa. "Pero mantenemos los precios". Aro, aro. ¿Alguien memoriza todos y cada uno de los precios de las temporadas? Seguramente.
Por no hablar de la limpieza. En la Costa del Sol, tan envidiada por el mismísimo viento de Levante, no se ven más de tres papeles por el suelo. Aquí los hemos perdido, a fuerza de la costumbre de arrojar las miserias al suelo a la espera de que alguien, con nuestros impuestos, con nuestras castas, los recoja, si acaso. Produce sonrojo, por no decir otra cosa. Mejor mirar al cielo, como hace medio Cádiz, pa ver pasar la vida y los aviones plateados. Cuidado con la cabeza, dice el Vapor, dice el Levante. No veas cómo está la gente, Vicente. Cuando un indígena descamisado grita a toda pastilla por el volumen al grito de "¡Escúchameeeee!", es que algo funciona de aquella manera en la sala de máquinas, sálvese quien quiera. Por cierto, al fondo a la izquierda, un grupo de chavales canturrea letras tristes de pasodoles para animar el día, menuda paradoja.
En Ronda, en cambio, preguntas por una tienda de discos y se ríen, preguntas por una librería y lloran. En Cádiz discos no, sólo queda El Melli, pero libros, para parar un tren, incluido el ave, que llegará a Cádiz cuando se le rompan los frenos. En Cádiz hay una jartá de gente culta y un montón de gente que sigue los cultos al pie de la letra, pero no se vale exponer a Pérez Reverte en besamanos no vaya a ciscarse el tío sieso. Volviendo a la hostelería, algunos locales punteros, mejor no mentar nombres, se han subido a la parra este verano. Raciones a precio de oro, dos leuros por una zarzaparrilla en un lugar de buena muerte y un largo etcétera más iva, más el pan y los picos, ahí te la dan mortal, con el pan y los picos. Paréntesis: alguien tendría que editar una guía turística sobre los restaurantes que adhieren en la puerta, y en las vidrieras, las fotos descoloridas de sus mejores platos. Reducto para guiris o la negación de la fantasía gastronómica. Un día alguien se va a comer la foto. La foto fija de Cádiz genera vértigo, así como los precios de algunos fenicios, que siguen convencidos de vivir en la cúpula del mundo. Hay que viajar más ... a Ronda, a Majarromaque, a Algar.
Septiembre, Cádiz, Diario de Cádiz