El actual Papa, Benedicto XVI.Marcial Maciel, sacerdote mexicano fundador de la Legión de Cristo, acusado de pedastería y bendecido por el Papa Juan Pablo II.
El papa Benedicto XVI acaba de “condenar y deplorar” los casos de sacerdotes pederastas tras exigir el “respeto” hacia los más pequeños. Asegura que la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer es el “ambiente natural” para el desarrollo de los niños. Sin embargo, la docencia religiosa sigue discriminando lo femenino de lo masculino, prohíbe a las parejas del mismo sexo y Roma consolida su decisión de cerrar el paso a la mujer hacia el ministerio ordenado. Es más, los miembros de la Iglesia actúan como si ésta fuera la primera interesada en que su grey siga a sus pastores y no a sus pastoras. Y su reinado estuviera basado en la infalibilidad de un papa y nunca en el de una papisa.
Según el Obispo de Roma “las duras palabras” de Jesús contra quien escandalizaba a los pequeños (“los que escandalizan a los pequeños merecen que les cuelguen una piedra de molino al cuello y los tiren al mar") “obligan a todos” a no bajar, nunca, “el nivel de ese respeto y amor”. Pero el nivel de explotación sexual y laboral nunca ha estado tan alto entre los mismos clérigos al frente de esta Iglesia que, por un lado, da palo y promete el infierno a los libertinos que buscan el placer sexual fuera del matrimonio, pero, por el otro, parece comprender la fogosidad sexual de sus curas así como su desliz homosexual. La prueba está en los obispos irlandeses, con los que Benedicto XVI acaba de reunirse, responsables de cientos y cientos de abusos sexuales contra niños, cometidos por sacerdotes de su país a lo largo de los últimos 40 años.
El papa Ratzinger se ha reunido en el Vaticano con el Consejo Pontificio para la Familia. En este Consejo intervienen altos jerarcas de la Iglesia universal, incluidas de las Irlanda, España, México y EE.UU, países, donde no pocos obispos y numerosos sacerdotes están o han estado implicados en los crímenes que el Papa, hoy, condena con su boca pequeña, justo un mes antes de que le Vaticano decida sobre el futuro de la Congregación de los Legionarios de Cristo. Casualmente, su fundador, Marcial Maciel, fallecido hace ahora 13 meses, abusó, durante varias décadas, de cientos de niños. Y nueve de ellos venían denunciando públicamente estos abusos desde 1997, justo cuando Benedicto XVI era el receptor de esas denuncias, mientras el papa Juan Pablo II colocaba a Marcial Maciel a su lado derecho durante todo su Pontificado. La conjura o complicidad del silencio del papa Juan Pablo II y del cardenal alemán que le ha sucedido sobrevuelan desde entonces en los círculos más cercanos a las víctimas. El papa polaco Ratzinger se vio en la necesidad de silenciar la vida pública del fundador de los Legionarios, obligándole a llevar una vida privada alejada de la Liturgia, si bien no se atrevió a suspenderle “a divinis” y derogarle de todas sus prerrogativas, como el Derecho Canónico señala en estos casos. El propio Benedicto XVI encargó, hace menos de un año, a cinco obispos de los países donde Maciel cometió sus delitos (entre ellos España), una investigación “a fondo” sobre la pervivencia de los mismos (tal y como se sospecha) entre los sucesores del fundador.
Las víctimas de Marcial Maciel y de otros, a las que ninguno de los seis Papas que han permitido la pervivencia de esta Congregación, se ha dignado acercarse, aún no han recibido ni la más mínima petición de perdón por el daño inflingido, ni por parte de los Pontífices ni por parte de los superiores de la orden. En este sentido, la condena de Benedicto XVI contra los sacerdotes pederastas provoca cierta risa. Está por ver a quién pone Benedicto XVI la piedra al cuello, y a quiénes arrojará al mar, tal y como ha recordado a los avergonzados obispos irlandeses.