En un discurso valiente y memorable que arrancó el aplauso de los europarlamentarios y burócratas, el Papa tocó los puntos débiles de una Europa cada día mas envejecida, alejada de los valores y de los ciudadanos, que parece haberse olvidado de aquellos grandes principios y objetivos que la hicieron nacer grande hace casi siete décadas.
Destacó el pontífice el martes 25 de noviembre, en un discurso ante el Parlamento Europeo, en Estrasburgo, que "ha ido creciendo la desconfianza de los ciudadanos respecto a instituciones consideradas distantes" y recordó que “Desde muchas partes, se recibe una impresión general de cansancio y de envejecimiento, de una Europa anciana que ya no es fértil ni vivaz”, dijo donde también afirmó que traía un mensaje de "esperanza y aliento".
El discurso fue una pieza cargada de contenido que apelaba a lo mejor de Europa y que estimulaba un renacimiento europeo, hoy alejado y oscurecido por la burocracia, el descrédito de las instituciones, el divorcio entre políticos y ciudadanos y la cobardía frente a otras culturas que amenazan las raíces e ideas motrices de la Europa que fue protagonista del desarrollo del mundo moderno.
El Papa Francisco afirmó que «La enfermedad que veo más extendida en Europa es la soledad» e invitó al Parlamento Europeo a «construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía sino a la sacralidad de la persona humana».
Finalmente, se lamento: «¡Cuánto dolor y cuántos muertos se producen todavía en este Continente!» y pidió que una Europa valiente aborde los desafíos con «memoria del pasado, valor, y una sana y humana utopía».