El papel

Por Murice Restauracion Y Mas @Murice14

El papel tuvo su origen en Oriente; el descubrimiento se le atribuye a China y precisamente al director de los talleres imperiales, Ts' ai Lun, que al principio del siglo II d. de C. tuvo la idea de fabricar una especie de pasta delgada sacada de la corteza de la morena, del cáñamo y de material de desecho de tela o seda.
Para fabricar papel de lujo se utilizaban trapos de cáñamo, algodón y lino que al golpearlos con mazos se obtenía una pasta líquida y homogénea, posteriormente se obtenían delgados hilos; un cuadro móvil determinaba el espesor del papel, se procedía a su secado con fieltros y exponiéndolo al aire se realizaban las operaciones de encolado y satinado.
Al final del siglo XVII los holandeses pusieron un sistema de trituración de los trapos usados cilindros y laminillas; en la segunda mitad del siglo XVIII James Whatman, en Birmingham y los Montgolfier, en Annonay, consiguieron papel de seda sin huellas de los alambres, no fue sino hasta 1844, cuando Frederich Keller inventó la industria de papel de madera.
La forma y la composición

A partir del siglo IV, al prevalecer definitivamente el pergamino sobre el papiro, el codex sustituyó así al volumen y desde entonces ha constituido la forma habitual del libro. Las dimensiones de un códice es decir, el formato, en la edad media se llamaban forma, los códices se componían de cuadernos y estos se subdividían en hojas, papel y páginas. Por el 'cuaderno' se entendía un fascículo de hojas cosidas en un solo manojo, por 'folio' la hoja doblada en dos y consistente en cuatro carillas, por 'página' la mitad de la hoja es decir una carilla y 'cuaderno' un pliego de cuatro folios.
El códice medieval no tenía una página dedicada al título, al principio de la obra había una frase de inicio, en la cual no se nombraba al autor, algunos llevaban la frase de inicio en una página escrita con tintas de color y acompañada por motivos geométricos y arquitectónicos, las indicaciones del autor se ponían al final de la obra. Cuando el escriba había acabado su trabajo empezaba el del rubricador, que escribía en tinta roja una lista de títulos de los capítulos y adornaba las letras iniciales de las frases con un trazo vertical. En cambio para asegurar la regularidad de la escritura y la armonía de la página se trazaban en el pergamino líneas horizontales y se delineaban los márgenes con dos líneas verticales en seco con una punta de metal.
Al final del siglo XII se empleó también tinta negra para trazar líneas, dado que el número de cuadernos que componían un manuscrito podía ser una fuente de desorden, los copistas procedieron a numerar los cuadernos en la última página. El procedimiento se conoce como 'signatura', se numera también cada hoja con la letra del pliego al que pertenecía seguida del número progresivo de cada pliego.
La decoración y la Ilustración

La importancia del libro ilustrado fue tal que sirvió como fuente de inspiración para otros sectores artísticos como tapices, esculturas, vidrieras, y más tarde también para esmaltes. Los artistas que se dedicaron a la decoración del libro demostraron el peso que la miniatura tuvo en el lenguaje artístico y su papel en el lenguaje de la escritura.
El término 'miniar' significa 'colorear en rojo' deriva de la palabra minium, con la que en la Edad Media se solía llamar al cinabrio, es decir, el sulfuro de mercurio de color rojo vivo que se encuentra en abundancia en la naturaleza como mineral de mercurio. La interpretación más sencilla parece la de 'dar alumbre', es decir dibujar con lacas alumbradas obtenidas por la reacción química del alumbre de roca con algunas materias colorantes vegetales.

Para poder escribir o miniar sobre pergaminos blancos o coloreados, con anterioridad se trataban antes del uso para que fuera más fácil la aplicación de tintas y colores. Se pasaba sobre la superficie a decorar bilis de buey mezclada con clara de huevo o se frotaba un algodón empapado con una solución diluida de cola con miel. Los pinceles para miniar se hacían con pelos de cola de marta cibelina, introduciéndolos en un canutillo de pluma de oca de gallina o de paloma.


El esbozo del dibujo sé hacia con un lápiz de plomo, para poder borrar se utilizaba la miga de pan, quitando los residuos con algodón, una serie de cuchillos con varias hojas servían para sacar punta a las plumas, cortar el pergamino y el pan. Otros utensilios eran la escuadra, la regla y los tinteros con tinta negra y roja, algunas veces se utilizaba el compás.
Para aclarar los líquidos o separar los colores de las soluciones depurativas se colaban en un filtro cónico. Los morteros para hacer mezclas eran de mármol calcáceo. Para ligar colores se utilizo la gama arábiga y la clara de huevo; se empleaban mezclas como soluciones de albúmina, azúcar, miel y clara de huevo. La conservación de estas soluciones de goma y colas se aseguraba añadiendo algún aséptico como el alcanfor, clavos de clavel, vinagre o jugo de ajo.
La bilis de buey hacía que el pergamino aceptara mejor los colores del agua, el alumbre de roca y el alumbre de azúcar se empleaba para obtener barnices coloreados a partir de extractos vegetales.
Cada color utilizado para las miniaturas en la Edad Media tuvo características diferentes; el azul ultramar se obtenía moliendo la piedra lapislázuli y se extraía de las minas de Badaksham.
Hasta los siglos XII y XIII se dibujaba con lapislázuli molido y lavado; después se hicieron purificaciones consistentes en empastar el polvo mineral con ceras, aceites y resinas hasta conseguir una pasta maleable.
La madera roja de Oriente se utilizó mucho en la Edad Media para teñir fibras, y también para preparar lacas rojas alumbradas para miniar.
Una vez acabado el trabajo del calígrafo, el miniador dibujaba sobre los pergaminos, el esbozo de figuras y ornamentos con el 'lápiz de plomo', trazando también, además de los principales contornos, las líneas de los pliegues de los vestidos y los límites de las zonas de sombra y de luz. Una vez acabado el esbozo, y si se había previsto su uso, se extendía el mordente, se aplicaba una película dorada Este procedimiento se llamaba doratura (pan de oro verdadero o falso), se lijaba y se bruñía. Al principio se utilizaba más un campo de fondo monocromo o también dorado. La delicadeza y transparencia típicas de la miniatura se definieron con la aplicación de la gama de colores y por un empaste más completo.
La elaboración de las miniaturas llegó a ser más sofisticada y compleja en la Baja Edad Media. Una vez terminada la obra, el ilustrador daba un último barniz con goma arábiga y clara de huevo que imprimía el trabajo una patina brillante.

Manuscrito del Monasterio de Guadalupe