El papel y lo otro

Publicado el 10 marzo 2013 por Angeles
 No voy a hacer una comparación entre el libro tradicional y el electrónico, ni una lista de las ventajas y desventajas de cada uno; primero porque eso me parece muy aburrido, y segundo porque no creo que haya competencia entre un soporte y otro. Cada uno tiene su sitio en el mundo y no son enemigos ni rivales.Pero sí quiero hablar de algo que tienen los libros de papel y que no tienen los electrónicos; algo que tiene que ver con el deleite de los sentidos y que no es la lectura. Me refiero, claro está, a las ediciones, al aspecto del libro y al tacto. Bueno, y al olor. Y al sonido. Cada libro conquista nuestros sentidos de una manera particular. Por su tamaño o formato, su grosor, el papel, el diseño de la cubierta, el tipo de letra, etc, un libro nos puede resultar atractivo, sin que en ello intervenga necesariamente la obra que contiene. Es decir, la vista y el tacto también pueden influir en la atracción que sintamos hacia un libro cuando lo vemos y en nuestra decisión de comprarlo. Lo del olor y el sonido viene después, como un extra, cuando ya lo tenemos en casa y empezamos a disfrutarlo.Hace algún tiempo hablamos aquí de cómo a veces los libros parecen empeñados en llegar a nosotros. Como si tuvieran sensibilidad (yo estoy dispuesta a creerlo) y supieran que su sitio está con nosotros. Y una de sus estrategias es ponerse guapos. Una vez, hace varios años, entré en una librería con unos amigos. Mientras ellos charlaban con el vendedor, al que conocían de visitas previas, yo me puse a curiosear por las estanterías. Casi al momento me pareció escuchar una vocecita que decía: “Pss, aquí, aquí arriba.” Miré hacia un estante que quedaba por encima de mi cabeza, y allí vi un lomo anaranjado. Alargué el brazo y cogí el libro, y al instante, sin haber leído el título ni el nombre del autor, quedé encandilada. “¡Qué bonito!”, pensé. Era un libro de pasta dura, con un tacto ligeramente rugoso y suave a la vez, y con una ilustración estupenda en la cubierta. Entonces me fijé en el título: El anacronópete. “Fascinante”, me dije. “¿Qué será un anacronópete, y quién será E. Gaspar?” Leí la cubierta posterior y resultó que el libro, para rematar la jugada, trataba sobre una de mis fantasias favoritas: los viajes en el tiempo. Resultó también que su autor, don Enrique Gaspar, que escribió esta historia en 1887, se adelantó a H.G. Wells en eso de inventarse una máquina para viajar por el tiempo. Pero este es otro asunto.La cuestión es que antes de pagarlo ese libro ya era mío. Era el único ejemplar que había, y me gusta pensar que llevaba tiempo allí, esperándome, escondiéndose para que no lo viera nadie antes que yo.   Otro encanto añadido tienen a veces los libros usados, esos que compramos de segunda mano o que recibimos de alguien por algún motivo; esos libros que algunas veces llevan la huella de quien los tuvo antes que nosotros. También hablamos aquí de esto anteriormente.Tengo un librito antiguo, de 1896, que compré no hace mucho, a través de internet, en una librería americana. A este libro le tengo un cariño especial por diversos motivos, pero lo que quiero contar ahora es que cuando lo recibí y lo abrí, vi que tenía un ex libris, gracias al cual sé que esta pequeña joya perteneció a William y Eloise Nottingham. Me imagino -quizá por la imagen del ex libris, quizá por la esencia de la obra- que los señores Nottingham eran una pareja amante de la naturaleza y la vida tranquila; y me los imagino también sentados en una mecedora uno, en un sofá el otro, al atardecer, disfrutando de la lectura. Quizá incluso uno lo leyera en voz alta para el otro, y estoy segura de que asentían y sonreían al escuchar las palabras que salían del libro.Además del ex libris, encontré entre las páginas un papelito con unos números anotados, unas series de cifras que no forman fechas, ni números de teléfono. Quién sabe lo que significarían en su momento…Un ex libris sin duda demuestra amor al libro, porque lo personaliza, lo hace único y lo une para siempre a quien lo poseyó. Pero incluso un simple papelito con cualquier anotación, o un subrayado, una nota en un margen, etc, demuestran que era un libro vivido, disfrutado. Son detalles que trasmiten calidez y que establecen alguna clase de mágica conexión entre personas y épocas, ¿no creen?Y a mí me parece que todo esto de lo que estamos hablando solo nos lo pueden ofrecer los libros con páginas de papel.  

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