Juan era un hombre sereno, dentro de una vida estresante por diferentes circunstancias, siempre teniendo cosas que hacer por la mañanas; no así por las tardes, siempre se las apañaba para pasarlas tranquilo en casa. Aprovechaba el día desde bien temprano para hacer todo lo necesario: trabajar, comprar, quedar con las amistades, etc. En cambio, las tardes eran su tiempo de ocio y libertad, con ratos para leer, llamar por teléfono, jugar a la consola, trastear su ordenador y cómo no, ver series y películas. No solía acostarse tarde, pero le costaba mucho conciliar el sueño.
Para colmo, había tenido un día angustioso de trabajo en la oficina, donde la jefa no le había dejado respirar ni un minuto, no tuvo tiempo ni para ir al baño. Y encima se había preparado durante semanas una reunión, y no había salido todo lo bien que le habría gustado, pero bueno, parecía que los clientes se habían ido satisfechos con el trabajo mostrado a pesar de las circunstancias. - Quizá ese aumento podría haber llegado si no se hubiera cortado la presentación al final de la conferencia. – recapacitó.Cuando terminó su jornada laboral, llegó a casa sudando después de ir como una lata de sardinas en el metro, casi en conserva por el calor y la mascarilla, cerró la puerta, y se fue corriendo al baño. Tras el aseo, se atusó la barba y después se puso aún más cómodo, con la ropa que uno se pone para estar en casa, esa con la que te sientes bien, pero que va más arreglado un mendigo del barrio que tú.Después de comer y de lavarse los dientes, retomó el pensamiento con el que llevaba toda la mañana soñando, algo que en el caso de Juan, en ocasiones le producía jaqueca de tanto desearlo, su sanadora SIESTA.
Pero no una siesta cualquiera, sino una de esas antológicas de un sueño profundo y reparador, que sumado a la noche anterior cuando estaba preocupado por la reunión de trabajo del día siguiente, cuando no consiguió descansar, rememorando lo que iba a decir, qué traje se iba a poner, con corbata, sin corbata, zapato negro o marrón… fue imposible dormir, con tantas cavilaciones durante la noche. Intentó sin éxito el remedio verbal que pasa de padres a hijos, el de contar ovejas saltando una valla, que más allá de cansarle y relajarle, le animaba a contar hasta la saciedad, incluso contabilizando las de lana blanca, marrón y negra.El momento de descansar sin nadie en casa que lo atormentara con quehaceres ni pedidos de su madre, que desde que se independizó, recibía más recados que cuando vivía con ella.Gracias a Dios, la mañana había llegado a su fin, había terminado el café y el momento siesta, estaba a punto de comenzar. Según terminó de recoger la mesa y disponerse para saltar como un tigre al sofá, sonó el timbre:¡¡ Riiing, riiiiiing !!- ¡¡Por Dios!! Como suena el maldito timbre. Quién será a estas horas, a ver quién demonios es, no son horas de molestar.- refunfuñó.
Al acercarse a la puerta, atontado por el cansancio, y con los ojos entreabiertos de alguien que se está preparando para un proceso de hibernación, se acercó a cierta distancia de la puerta de la entrada a la casa sin hacer ruido, con el fin de observar, callar, y que pensaran que no había nadie y si fuera una entrega, dejaran el aviso en el buzón o por debajo de la puerta. Algo debió intuir la persona que estaba al otro lado, pues al final la experiencia siempre es un grado, porque se escuchó una voz varonil que decía:
- ¿Quién molesta la paz de esta casa? - , gritó con sorna.
- Cartero de correos señor, entrega urgente para Juan Capdevila-, escuchó detrás de su puerta.
[Continuará...]